martes, 19 de mayo de 2015

El fascismo, la revolución de las ideas.

Se preguntaba André Bissaud quién fue Benito Mussolini:

“Para unos, un reaccionario anticomunista, un dictador chaplinesco, un `César de Carnaval´ sin importancia histórica, un paréntesis insignificante en la Historia de Italia”.

“Para otros, un reformador osado, un hombre de Estado fuera de lo común, una reencarnación romana, un guía humano y heroico, tal vez un mártir o un santo…”

Y después de presentar esta dicotomía, el autor avanza con una respuesta de síntesis: “La realidad es que este hijo de la Romagna, socialista revolucionario de extrema izquierda, inventó el fascismo, y fue, durante veintitrés años, el Duce de Italia, a la que transformó en potencia europea. Fue uno de los personajes más importantes de la escena internacional de 1920 a 1945”.

No fue tampoco ironía del destino el hecho de que Nicola Bombacci, fundador del comunismo italiano, y otras personalidades socialistas y comunistas de la época, fueran fusilados junto a los demás jerarcas fascistas en abril de 1945. Tampoco, que en los últimos meses de la RSI, se aplicaran unas políticas y principios que muchos consideraron extremadamente izquierdistas, momento además en que lenguaje y estética se proletarizaron.El manifiesto de Verona, leyes como la de la socialización de 1944, los consejos obreros, la transferencia de la propiedad de las viviendas obreras, la cogestión de las empresas, la visión de un Estado socialista-republicano, hicieron del último Mussolini y su fascismo republicano una permanente paradoja.

El socialismo fascista hunde sus raíces en la tradición misma del fascismo como movimiento revolucionario, en el que socialismo y sindicalismo revolucionario contribuyen decisivamente a su fundación.

Ciertamente, el fascismo es la revolución de las ideas, un cosmos abierto que abarca todos los frentes de la sociedad.

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