domingo, 31 de mayo de 2015

Una explicación



Yo no sé si en este momento en que en España no se oye más que el estampido de los cañones y el crepitar de los fusiles y ametralladoras, vale la pena que un escritor dé una explicación de sus ideas, que veo se comentan por ahí sin exactitud.

Yo no soy un escritor sistemático. Mi pensamiento ha sido siempre el intentar ver en lo que es.

Meses antes de advenimiento de la República, a mí me asombraba el que la mayoría de escritores y profesores de Madrid, Ortega y Gasset, Unamuno, Azorín, Marañón, etcétera, no vieran que detrás de la República tenía que venir un intento de revolución social y de comunismo, en parte dirigido por los judíos de Moscú.

A mí me parecía un hecho casi matemático. Yo dije muchas veces a los amigos: — Si la República burguesa viene, o tendrá que ametrallar a la gente de la calle, o tendrá que pactar con ella.

A todos los que decía esto me achacaban de pesimista y de reaccionario.

Tanto lo creí, así que el día que se marchó el Rey, estuve en la redacción de Ahora con un amigo para saber noticias, y los redactores me dijeron: — Baroja estamos de enhorabuena. Ya tenemos la República.

Yo no creía que estábamos de enhorabuena, y se lo dije al director: —Yo pienso lo contario que ustedes, le indiqué. Supongo que la República va a ser un desastre, pero como no me parece bien, dimito porque no puedo engañar. Voy a dejar de escribir en el periódico. Así lo hice durante algún tiempo.

Al comienzo, Marcelino Domingo, este maestro de escuela, pedante, aseguró que iban a imitar a Thiers y a construir una república conservadora, como Francia después de la guerra del 70. Ni ellos mismos saben lo que han hecho después. Han ido solamente arrastrados por las aguas del río, sin saber a dónde.

Primero había que hacer Cortes Constituyentes. Todos los políticos ansiaban que llegara el momento de brillar, de mostrar su arte de histriones. La gran batalla oratoria terminó con una Constitución ridícula, la número 13 de España. De esta Constitución no se pudo llevar a la práctica absolutamente nada.

La cuestión era lucirse, charlas con luz y taquígrafos, según la medicina de Antonio Maura.

El parlamentarismo no ha demostrado más, sino que es un buen medio para los arribistas, para los ambiciosos que van a hacer su carrera.

Con la gran batalla política y parlamentaria, vino lo que se llamó el enchufe y vimos a ministros, a subsecretarios y a diputados echándoselas de conquistadores en automóviles chalorados, con cupletistas y carreras en restaurantes y cabarets, en una cachupinada continua.

Estos Petronios de escaleras de servicio no veían el interés del país sino el éxito, y para obtener el éxito ante el público, cualquier cosa puede venir bien. En España se dice, cuando en las corridas hay muertos y herido, que hay hule. En un ambiente de sensacionalismo así, es imposible que se haga nada serio. Se dicen las cosas más absurdas. Así un concejal socialista de Madrid ha asegurado que la prehistoria es una ciencia reaccionaria. Lo mismo ha podido decir que la geometría es comunista.

Toda esta algarada parlamentaria la ha jaleado la Prensa, porque con ella la reseña de los escándalos del Congreso son un ingreso que ocasiona poco gasto.

Después del primer bienio, tuvimos el segundo tan malo como el primero. Fue la lucha entre el león y la serpiente. El león Lerroux y la serpiente Azaña. ¡Qué león! El león era un viejo tonto, vacuo, con unos cuantos lugares comunes en el cerebro. La serpiente un ateneísta pedantesco, que manejaba unos cuantos tópicos manidos de literatura francesa.

El león acabó como un presidente de un casino de jugadores de ventaja, en un asunto de tahúres, con un relój que le regaló un judío holandés y una promesa de unas pesetas que no se las dieron.

La serpiente hizo su nido en el Palacio Real y pensó cambiar las decoraciones, para él poco lujosas, y ser algo como el Rey Sol de la República. ¡Pobre gente! Y todo ha estado a la misma altura. El pueblo se ha sentido mixtificado tomando como reales unas bambalinas de cartón.

Las oficinas de la Reforma Agraria tenían trescientos o cuatrocientos empleados con sueldo, y para todos ellos, para recorrer España y estudiarla en el terreno, un automóvil FORD. Marcelino Domingo no iba nunca a las sesiones de la Reforma agraria, a la que tenía tanto cariño en público. Quizá tenía que escribir sus magníficos dramas en el Ministerio.

Toda esta decoración falsa, toda esta mentira que, si no la ha engendrado la República, le ha dado una vida, hace que la gente creyéndola una gran cosa, se lance a matar y a morir.

El talento de Azaña y el sentido jurídico de Sánchez Román y la democracia del adiposo judaico Osorio y gallardo, que era gobernador de Barcelona, cuando se fusilaba obreros, y la austeridad de largo Caballero, consejero de Estado de R. O. cuando la Dictadura, el republicanismo de Alcalá Zamora, que fue monárquico, y el de Maura, que también lo fue, y el comunismo de Valle-Inclán , que fue carlista; toda esta serie de bolas recalentadas por una prensa de gente mediocre, forma como absceso y tiene valor para mucha gente del pueblo, que cree que defiende con eso la civilización la civilización y el porvenir de España.

Este tumor o este absceso formado por mentiras, es de desear que lo saje cuanto antes la espada de un militar.


Extraído del "Diario de Navarra", a 1 de septiembre 1936, por Pío Baroja

Encauzar y dirigir



Las colectividades humanas, en su desarrollo milenario, se han agrupado siempre en dos posiciones; Unas, que son sujetos de la historia, y otras, que son simples objetos de ella. Las primeras son las que hacen la historia, son aquellas que dirigen los destinos de los pueblos; son las que han legado por centurias y milenios sus actos heroicos, sus descubrimientos científicos, sus esfuerzos en pro del mejoramiento general. Las segundas, es decir, las colectividades que son simples objetos de la historia, solo constituyen el botín de las primeras.

En el desenvolvimiento de la humanidad, ambos grupos han recorrido caminos paralelos, cuya trayectoria persiste en la actualidad y continuara subsistiendo en el porvenir. De aquí que la primera preocupación de toda colectividad que desee figurar en la historia, deba ser la de resolver el problema interno de si ella desea encauzar y dirigir la historia, o si se resigna a ser un simple botín en el desarrollo de los acontecimientos.

Jorge Gonzalez Von Marees

sábado, 30 de mayo de 2015

La represión a los movimientos sociales.


































Este es el punto más fuerte de la reforma que nos traemos entre manos. La mayor parte de los artículos que se introducen tienen como fin último acabar con la disidencia política. Para facilitar su entendimiento, hemos decidido resumir las medidas más importantes en seis grandes bloques:

El establecimiento de zonas de seguridad:
Se introduce la posibilidad de establecer zonas en las que se restringe la circulación de personas (por lo que se puede suspender cualquier manifestación o acto público), en supuestos de alteración de la pacífica convivencia o cuando se sospecha que esa alteración se pueda producir. La novedad es que en vez de establecer la obligación de proteger la convocatoria cuando se puede ver alterada la paz pública, se decide poner fin a la misma. Y debido a que “pacífica convivencia” es un término ambiguo sujeto a muchas interpretaciones, deja al arbitrio de la policía decidir qué eventos se pueden celebrar, y cuáles no.


Prohibición de grabar (o difundir) imágenes de la policía en el ejercicio de sus funciones:
Se prohíbe grabar o tomar fotos de agentes de policía sin su autorización. Y esto supone no sólo una sanción por infracción grave (con una multa de 600 a 30.000 euros), sino que, además, esas imágenes no se podrán utilizar como prueba si se es denunciado por otra cosa, lo cual supone un límite brutal al derecho de defensa.


Incremento de las cuantías de las multas:
El importe de las sanciones ha aumentado drásticamente, castigándose las infracciones leves con multas de 100 a 600 euros (entre las cuales se encuentran las faltas de respeto a los agentes, realizar pintadas y ocupar la vía pública), las graves con multas de 600 a 30.000 (las concentraciones frente a Parlamentos, la perturbación del orden en actos públicos, la desobediencia a la autoridad, la negativa a disolver una manifestación, etc.) y las muy graves con multas de 30.000 a 600.000 euros (entre las cuales se encuentra realizar manifestaciones frente a edificios donde se presten servicios públicos básicos, paralizándolos).  En un primer momento, estaba previsto que este tipo de conductas se sancionaran como infracciones muy graves, en un claro intento de poner fin a las manifestaciones de “Rodea el Congreso”. La mala prensa que generó lo desproporcionada de esta actuación llevó a que se modificara por infracción grave.


Introducción de nuevas conductas sancionables:
La nueva ley introduce 15 novedades que tienen que ver directamente con el derecho de manifestación, como la prohibición expresa de los escraches, de parar desahucios, etc. Como dice la abogada Lorena Ruiz-Huerta en una entrevista realizada por el periódico Diagonal, “la mayoría de estas nuevas infracciones están hechas ad nominem, es decir tienen destinatarios muy claros dentro de los movimientos sociales. Por ejemplo, nos encontramos con que obstruir a la autoridad en la ejecución de sus decisiones administrativas o judiciales se convierte en una una infracción grave, castigada con una multa de hasta 30.000 euros. Esto va dirigido claramente a las personas que se oponen a los desahucios y desalojos varios. Otro caso es el punto de desobediencia o resistencia a la autoridad en la negativa a identificarse: esto va dirigido a la campaña de desobediencia del DNI. Tenemos otro caso: la ocupación de cualquier inmueble o la ocupación de la vía pública. También se introduce una sanción para aquellos que escalen edificios o monumentos o se lancen desde ellos. Cada movimiento social tiene una”.


Se sanciona la falta de colaboración con la policía:
Se introduce como infracción grave la “falta de colaboración con la Policía en la averiguación o prevención de acciones que puedan poner en riesgo la seguridad ciudadana”. Sin embargo, no se define qué se entiende por “colaboración” y hasta dónde alcanza, aunque se entiende que si un policía da la orden de delatar o facilitar información sobre una persona que haya cometido un delito o una infracción administrativa (o se sospecha que lo ha hecho) y la persona que ha recibido la orden no le obedece, se le podrá sancionar.


Aumento del poder policial:
Muchas de estas nuevas infracciones se encontraban antes tipificadas como faltas en el Código Penal, pero serán despenalizadas y pasarán a formar parte de la LOSC, una ley administrativa (no penal). Esto supone que cuando una persona sea sancionada por la Ley Mordaza, la mera palabra de un/a policía constituirá prueba de cargo suficiente (ya que en Derecho Administrativo la autoridad pública cuenta con presunción de veracidad, lo cual no ocurre en Derecho Penal) y el proceso será resuelto por la propia Administración, que será juez y parte. Desde la aprobación de la Ley de Tasas hace tres años habrá que pagar una cuantiosa tasa para impugnar la decisión de la Administración ante el Juzgado de lo Contencioso-Administrativo.

Todo ello sin ninguna garantía de poder ganar el juicio posteriormente. Menos aún si consideramos la prohibición de tomar imágenes a la policía en el ejercicio de sus funciones. Nos encontramos ante la mayor restricción del derecho de defensa jurídica desde 1978.

En casos como éste resulta más evidente que nunca que el Derecho es un instrumento del que se dota el Estado a sí mismo para afianzar las relaciones de poder existentes. Su voluntad en relación con las movilizaciones sociales, es la de acabar con la protesta en la calle para legislar en paz, aprobando cualquier reforma laboral o recorte de derechos sin demasiada disidencia.


La criminalización de la pobreza y la marginación:
El aumento del importe de todas las multas, supone en sí mismo una discriminación económica. Quien cuente con ahorros o tenga un trabajo, podrá con mayor o menor dificultad, hacer frente a estas sanciones, pero los que se encuentren en una situación más precaria, no podrán pagar inmediatamente y sus bienes terminarán embargados. Además, la reforma de la LOSC actúa de forma directa contra colectivos tradicionalmente denostados y marginados por el poder.

Por otro lado, la Ley Mordaza penaliza severamente el consumo de drogas y las actividades relacionadas. Se persiguen las “cundas” o taxis de la droga, tipificando sus hábitos como infracciones graves. Lejos de abordar el problema de las drogas a través de la intervención social, se pretende acabar con él a golpe de sanción, aumentando la persecución de los drogodependientes sin ningún objetivo adicional.

Por último, se castiga (también como infracción grave) el cultivo de drogas en lugares visibles al público, actividad que hasta la fecha quedaba impune.

Esta es solamente una muestra más de las últimas medidas de represión que está tomando el Estado. Afectando directamente sobre uno de los derechos básicos que poseemos los ciudadanos, como es la libertad de expresión. Es ingenuo que se alardee de ser uno de los países que se encuentra a la vanguardia en libertades y bienestar social, además de servir a modo de patrón para otros paises, ya que realmente los ciudadanos sólo podemos actuar y expresarnos dentro del margen que el Estado nos proporciona, creando así un cerco ideológico y de actuación cada vez más pequeño.

El conformismo

El conformismo no es una prerrogativa exclusiva de la cultura oficial, se va extendiendo también por las áreas “antagonistas”, cuyos lemas son cada vez más obtusos, retrógrados, moralistas e insulsos, lo que tiene su reflejo en unos comportamientos problemáticos. 

Y la caída por el precipicio no se detiene aquí: el conformismo ha hecho su aparición en el panorama histórico, cultural e ideal de ambientes otrora autónomos, trayendo consigo plagios y falsificaciones. (…) Pero lo peor es que a fuerza de sufrir el continuo bombardeo de las culturas enemigas –tanto aquellas que exorcizan y maldicen al fascismo, como aquellas que lo desvalorizan, lo redimensionan y lo desnaturalizan en un intento de apropiarse y explotar nuestro phatos- también los militantes han acabado por dar crédito a esa patrañas. (…)
Junto al conformismo imperante, asistimos a una decadencia espiritual realmente notable. La lucha ha dejado de entenderse como una prueba y la victoria solo se concibe como un éxito cuantificable en monedas, en absoluto en sentido figurado. Pero la verdadera victoria es la alcanzada sobre uno mismo. (…) Lo que esta sucediendo hoy no es el choque entre sistemas políticos, entre religiones, entre valores, entre modelos; asistimos en verdad a la progresiva extensión de una infección, al avance de una enfermedad que aridece, esclerotiza y acaba por destruir. Una infección, un mal que acomuna un poco a todos: cristianos y musulmanes, judíos y ateos, progresistas y conservadores, subversivos y tradicionalistas, extremistas y moderados.


Gabriele Adinolfi

viernes, 29 de mayo de 2015

Organizaciones Sí Gubernamentales

Como es lógico las ONGs trabajan directamente con la miseria, y nadie mejor que ellas saben la causa de la pobreza a la cual atienden, y tendrán la intención de denunciar dichas causas. Como es más lógico aún el poder ve una amenaza en esto, pero no puede eliminar físicamente a estas organizaciones, ni matar a sus cooperantes, ni fusilarles, ni meterles en la cárcel, sería demasiado escandaloso. Hará una cosa muchísimo más inteligente, sutil y astuta; institucionalizará las ONGs a través de sus tentáculos. Lo hizo primero con los partidos políticos, después con los sindicatos y lo hará con todo movimiento que se convierta en una amenaza potencial: simplemente lo esterilizará.

Si en tu casa una tubería revienta y el agua comienza a salirse; ¿qué solución tomarías? Seguramente que el sentido común te diría que hay que poner un barreño o un cubo debajo de la fuga de agua para evitar una inundación e inmediatamente intentar cortar el agua y arreglar el daño para que todo vuelva a funcionar como antes. Pero… ¿alguien se limitaría a poner cubos debajo de la fuga de agua y se iría a dormir sin intención de repararla?

¿Acaso cuando tenemos fiebre nos limitamos a ponernos paños calientes en la frente? No, lo que hacemos es intentar saber por qué tenemos fiebre, cual es la enfermedad, el virus, para poder atacarlo y así curarnos.


Telepizza explota a sus trabajadores por 3’75€ la hora, pero luego tiene su sección de “Telepizza solidaria” para los pobres. ¿No es acaso este el depredador que cambia de color para camuflarse y confundirse en el entorno? La prepotencia se disfraza siempre de hipocresía. Hasta McDonald´s tiene su propia fundación, nuestra economía les empobrece, y luego les apadrina, nuestra economía les margina, y luego les “reinserta”. Al financiar el gobierno con subvenciones públicas y las empresas privadas con subvenciones privadas a las ONGs, estas pasan de NO Gubernamentales a SÍ Gubernamentales, de intereses No lucrativos a SÍ lucrativos.

En un dibujo del humorista gráfico “El Roto” salían dos negros en una barca en el mar, y uno le decía al otro:

“Se llevaron los peces y nos enviaron ayudas”
¿Se puede decir más con tan poco? Porque ese es el drama del tercer mundo, se les saquean los recursos y se les envían ONGs. Pero el mayor de los cinismos es cuando esas mismas ONGs no denuncian las causas de la pobreza a la cual atienden. Y es por una sencilla razón: el poder las ha esterilizado.

Si quieres comprobar que una persona u organización ha sido esterilizada es preciso ver atentamente una entrevista a dicha persona u organización. Si ésta no denuncia con claridad y contundencia la raíz del problema, de la pobreza, del hambre, de la miseria… comprobarás que ha sido esterilizada.

“La esterilidad de una organización es inversamente proporcional a la contundencia con que denuncia la raíz del problema que atiende”.
El ejemplo más claro lo verás en la clase política. Obsérvales detenidamente, es todo un mundo artificial; sus trajes, sus caras sonrientes, sus enormes coches oficiales, sus asesores de imagen, sus equipos de maquilladores, sus redactores de discursos, sus guarda espaldas, sus cenas con mil platos y mil cubiertos, su forma de dirigirse al pueblo sin hablar claro, sin concretar, andándose por las ramas, eludido tal pregunta, evadiendo tal tema comprometedor, disfrazando las palabras, retrasando las respuestas, jugando con el lenguaje… incluso llegan a reconocer públicamente que para ser buen político hay que ser bueno en estas estrategias. ¡Hasta nos lo dicen a la cara! ¿Acaso hay una imagen más cercana que el propio político al concepto de esterilidad?

¡Denuncia las injusticias que te rodean!
¡No te dejes comprar!

Aristocracia de Espíritu


Según cuenta Péroncel-Hugoz, un gran periodista de Le Monde durante muchos años, y actualmente de La Nouvelle Revue d’Histoire, Jean-Paul Sartre decía a propósito de Erns Jünger: “Lo odio no por alemán, sino por aristócrata…”. Sartre tenía algunos graves defectos. Se equivocó, con rara obstinación, en sus entusiasmos políticos. Después de haber tenido una actitud bastante vil y cobarde durante la Ocupación, se convirtió, pasado el peligro, en ayatola denunciador, fustigando a sus colegas que no se comprometían con toda la ceguera requerida a favor de Stalin, Mao o Pol Pot. Aun extraviándose así con infalible constancia, tenía un muy fino olfato para detectar la altura de miras —que le horrorizaba— o, al revés, la bajeza hacia la que tendían ciertas fibras de su ser (como lo muestran las Memorias de Bianca Lamblin, en las que ésta relata sus relaciones íntimas con Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir).
No se equivocó con Jünger: “Lo odio no por alemán, sino por aristócrata…”. Aristócrata, Jünger no lo era por su cuna. Su familia pertenecía a la burguesía culta del norte de Alemania. Si fue “aristócrata” —o, dicho de otro modo, si su actitud se caracterizó siempre por la nobleza y la elegancia, tanto en lo moral como en lo físico, no es por haber nacido con una partícula, cosa que nunca preserva contra las bajezas del corazón y del comportamiento. Si era “aristócrata”, no era por una cuestión de rango, sino de naturaleza.
Combatiente heroico en su juventud, escritor lleno de éxito de la “revolución conservadora”, convertido ulteriormente en una especie de sabio contemplativo, Jünger tuvo una vida excepcional, habiendo atravesado por todos los peligros de un siglo tenebroso sin mancharse en lo más mínimo. Si fue un modelo, ello se debe a su constante «elegancia». Pero su elegancia física no hacía sino traducir la espiritual. Tener elegancia es también saber mantenerse a distancia. A distancia de las bajas pasiones y de la bajeza de las pasiones. Lo que en él había de superior siempre estuvo alejado de lo sórdido, de lo infame o de lo mediocre. En la época de los Acantilados de mármol pudo sorprender su metamorfosis, la cual, sin embargo, no tiene nada de vil. Más adelante el guerrero herborista rectificaría su postura, escribiendo en el Tratado del rebelde que la época exigía otros recursos que las escuelas de yoga —dulzonas tentaciones que ahora mantenía a distancia.

Acabo de escribir que Jünger no era un aristócrata de cuna. Corrijo. No era un aristócrata por su cuna, por su origen familiar. Pero lo era desde la cuna por una misteriosa alquimia íntima. A la manera de la muchacha y de la portera de La elegancia del erizo. O a la manera de Martin Eden, personaje de la novela epónima de Jack London. Nacido en los bajos fondos y la pobreza, Martin Eden tenía una naturaleza noble. El azar hizo que, muy joven aún, se encontrara viviendo en un medio refinado. Se enamoró incluso de una joven de aquel mundo. El descubrimiento de la literatura despertó en él la vocación de escritor, así como una extraordinaria voluntad de superarse, de salir de la nada de la que procedía. Así lo hizo al cabo de muy arduas pruebas. Habiendo llegado a ser un célebre escritor, descubrió simultáneamente la vanidad del éxito y la mediocridad de la joven burguesa a la que había creído amar. Y se mató. Este fin carece de importancia para lo que quiero decir. Existen y siempre existirán los Martin Eden que sobreviven a sus desilusiones. Son almas nobles, enérgicas y “aristocráticas”. Pero para que semejantes naturalezas “se declaren”, como se dice de los perros de caza, y se alcen luego hacia lo alto, resulta irremplazable el estímulo de los modelos. Los ejemplos vivos de heroísmo interno y de auténtica nobleza constituyen a través del tiempo una especie de caballería secreta, un Orden implícito cuyo precursor fue el troyano Héctor. Ernst Jünger fue su encarnación en nuestro tiempo. Sartre lo vio bien a las claras.


Dominique Venner

jueves, 28 de mayo de 2015

Democracias dirigidas

¿Quién puede poner en peligro sus privilegios?

Ellos (los que dominan) a diferencia de nosotros (los dominados) saben perfectamente que su poder se basa en una cosa muy sencilla; la aceptación del sistema por parte de las masas. Por ello es necesario dar a éstas la sensación de que ellas mismas eligen el orden establecido a través de las “democracias” occidentales. Pero lo único que eligen los pollos de la granja es la salsa con la que serán cocinados, pues nuestras democracias consisten en votar a un plan electoral de un partido político que podrá ser llevado a cabo… o no, pues la ley ni si quiera les obliga a los políticos a cumplir su programa electoral. El partido que más dinero tenga para publicidad más posibilidades tendrá de ganar las elecciones, el partido que más favores haga a la banca y a los poderosos, más dinero recibirá para publicidad, publicidad que ni si quiera nos tratará como ciudadanos, sino como clientes que eligen un producto u otro.

Nuestra “democracia” consiste en elegir a una persona que decidirá por nosotros, que hablará por nosotros y que pensará por nosotros, y nosotros, los ciudadanos no decidimos absolutamente nada, hasta los referéndum son solo consultivos, ni si quieran están obligados por ley a cumplir la decisión popular. Hemos aceptado casi a ciegas, como si fuera una verdad revelada que vivimos en una democracia, nos lo dice la escuela, nos lo dice la televisión, nos lo dicen nuestros políticos, nos lo dicen nuestros libros de texto. Así las masas aceptan sin preguntarse, sin dudar, sin juzgar toda una mega-estructura, todo un sistema: el gobierno, la ley, el orden, la propiedad privada, los medios de comunicación, las instituciones… herencia material es igual a herencia cultural, quien tiene el poder tiene la palabra, quien tiene la palabra domina la cultura y a las masas, por lo que si estas masas dudan, se preguntan, o juzgan sobre el orden o desorden establecido todo el sistema se tambaleará. Por lo tanto, el enemigo más peligroso para el poder será toda persona, organización o movimiento que pueda influir sobre dicha aceptación.

¡Rompe con la democracia dirigida!
¡Rompe con el poder!

Uno entre muchos




En los grupos que se caracterizan por no ser muchedumbre y masa, la conciencia efectiva de sus miembros consiste en algún deseo, idea o ideal, que por sí solo excluye el gran número. Para formar una minoría, sea la que fuere, es preciso que antes cada cual se separe de la muchedumbre por razones especiales, relativamente individuales. Su coincidencia con los otros que forman la minoría es, pues, secundaria, posterior, a haberse cada cual singularizado, y es, por lo tanto, en buena parte, una coincidencia en no coincidir. […]

Cuando se habla de, la habitual bellaquería suele tergiversar el sentido de esta expresión, fingiendo ignorar que el hombre selecto no es el petulante que se cree superior a los demás, sino el que se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores. Y es indudable que la división más radical que cabe hacer la humanidad es ésta, en dos clases de criaturas: las que se exigen mucho y acumulan sobre sí mismas dificultades y deberes, y las que no se exigen nada especial, sino que para ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas, boyas que van a la deriva.

Esto me recuerda que el budismo ortodoxo se compone de dos religiones distintas: una, más rigurosa y difícil; otra, más laxa y trivial: el Mahayana, o, el Himayona. Lo decisivo es si ponemos nuestra vida a uno u otro vehículo, a un máximo de exigencias o a un mínimo.


Extraído de "La rebelión de las masas", por José Ortega y Gasset.

miércoles, 27 de mayo de 2015

Patriotismo de doble filo

No cabe duda de que el patriotismo, entendido como sentimiento de solidaridad de unos hombres con otros, de unos pueblos con otros, es capaz de movilizar a estos mismos hombres en una acción conjunta de una potencia increible contra todo aquello que ataque esta unión solidaria, tanto desde fuera como desde dentro. Precisamente por esto creemos que ningún planteamiento revolucionario puede pasar por alto este elemento de movilización popular de una importancia primordial tal como la historia se encarga de demostrar (Cuba, China, Vietnam...).

Sin embargo, el patriotismo, como prácticamente cualquier otra cosa de este mundo, es un arma de doble filo que puede ser utilizada como medio para la perpetuación de la injusticia tanto como instrumento de liberación ante esta misma explotación. Pero, sea de una forma o de otra, es un elemento de una importancia fundamental en cualquier planteamiento estratégico.

El patriotismo desde la derecha:

Desde la derecha este sentimiento de solidaridad ha sido utilizado para ayudar al mantenimiento de la injusticia y de la opresión. El "bien de España", identificado con el bien de la clase dominante, ha servido para acallar la lucha del pueblo, PARA REPRIMIR HUELGAS, PARA APRETARNOS EL CINTURON y hasta para exigir nuestras vidas en guerras que en muchas ocasiones nada tenían que ver con el interés de la comunidad nacional y sí con el beneficio de la oligarquía en el poder.

Pero si esto ha sido así en multitud de ocasiones ha sido porque precisamente la derecha ha sido consciente desde el primer momento de la importancia del patriotismo dentro del contexto social. Por esto ha intentado siempre monopolizarlo para conseguir una doble finalidad: por un lado, ocultar la opresión y la injusticia bajo el nombre del supremo "interés nacional" y, por otro, esterilizarlo para evitar su uso por organizaciones revolucionarias que -partiendo de la identificación del interés nacional con el interés y bienestar de los hombres y pueblos que lo componen utilizaran el patriotismo como un valor revolucionario para desbancar al capitalismo y a todo tipo de explotación de unos sobre otros.

La opción revolucionaria:

El patriotismo es un valor revolucionario porque en cada momento lleva implícito, junto a este sentimiento de solidaridad, otro muy claro de independencia nacional. Este impulsa a las naciones dependientes al anticapitalismo, puesto que bajo el capitalismo no hay independencia posible, sino aumento de la dependencia cultural, económica y tecnológica (la condena al subdesarrollo permanente).

Por supuesto, no podemos confundir la independencia con la insolidaridad en ningún momento. La independencia se basa en el principio del derecho de toda comunidad al autogobierno en los asuntos de su competencia interna. La insolidaridad es el predominio del egoísmo e interés particular de una comunidad en las relaciones con los demás. La insolidaridad dentro de las relaciones internacionales da lugar al imperialismo capitalista y la independencia a la lucha contra ese mismo imperialismo.

El carácter nefasto del imperialismo es evidente, se mire desde donde se mire: provoca la castración cultural de los pueblos, la exportación de plusvalías del trabajo nacional y el analfabetismo tecnológico. La mera aplicación de tecnología americana -con fuerte utilización de capital y poca mano de obra- da lugar, al aplicarse a un país como España -con más mano de obra que capital-, a fuertes desequilibrios económicos. Frente a esta colonialización castrante contra el capitalismo, el patriotismo es una verdadera y mortal arma revolucionaria.

Extraído de "Textos de Falange de las JONS"

El hombre de carne y hueso




Homo sum: nihil humani a me alienum puto, dijo el cómico latino. Y yo diría más bien, nullum hominem a me alienum puto; soy hombre, a ningún otro hombre estimo extraño. Porque el adjetivo humanus me es tan sospechoso como su sustantivo abstracto humanitas, la humanidad. Ni lo humano ni la humanidad, ni el adjetivo simple, ni el sustantivado, sino el sustantivo concreto: el hombre. El hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere -sobre todo muere-, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano.

Porque hay otra cosa, que llaman también hombre, y es el sujeto de no pocas divagaciones más o menos científicas. Y es el bípedo implume de la leyenda, el hombre politico de Aristóteles, el contratante social de Rousseau, el homo oeconomicus de los manchesterianos, el homo sapiens de Linneo o, si se quiere, el mamífero vertical. Un hombre que no es de aquí o de allí ni de esta época o de la otra, que no tiene ni sexo ni patria, una idea, en fin. Es decir, un no hombre.

El nuestro es otro, el de carne y hueso; yo, tú, lector mío; aquel otro de más allá, cuantos pensamos sobre la Tierra.

Miguel de Unamuno

martes, 26 de mayo de 2015

Libertad de prensa

Este libro (Rebelión en la granja) fue pensado hace bastante tiempo. Su idea central data de 1937, pero su redacción no quedó terminada hasta finales de 1943. En la época en que se escribió, era obvio que encontraría grandes dificultades para editarse (a pesar de que la escasez de libros existentes garantizaba que cualquier volumen impreso se vendería) y, efectivamente, el libro fue rechazado por cuatro editores. Tan sólo uno de ellos lo hizo por motivos ideológicos; otros dos habían publicado libros antirrusos durante años y el cuarto carecía de ideas políticas definidas. Uno de ellos estaba decidido a lanzarlo pero, después de un primer momento de acuerdo, prefirió consultar con el Ministerio de Información que, al parecer, le había avisado y hasta advertido severamente sobre su publicación. He aquí un extracto de una carta del editor, en relación con la consulta hecha:

«Me refiero a la reacción que he observado en un importante funcionario del Ministerio de Información con respecto a Rebelión en la granja. Tengo que confesar que su opinión me ha dado mucho que pensar... Ahora me doy cuenta de cuán peligroso puede ser el publicarlo en estos momentos porque, si la fábula estuviera dedicada a todos los dictadores y a todas las dictaduras en general, su publicación no estaría mal vista, pero la trama sigue tan fielmente el curso histórico de la Rusia de los Soviets y de sus dos dictadores que sólo puede aplicarse a aquel país, con exclusión de cualquier otro régimen dictatorial. Y otra cosa: sería menos ofensiva si la casta dominante que aparece en la fábula no fuera la de los cerdos. Creo que la elección de estos animales puede ser ofensiva y de modo especial para quienes sean un poco susceptibles, como es el caso de los rusos».

Asuntos de esta clase son siempre un mal síntoma. Como es obvio, nada es menos deseable que un departamento ministerial tenga facultades para censurar libros (excepción hecha de aquellos que afecten a la seguridad nacional, cosa que, en tiempo de guerra, no puede merecer objeción alguna) que no estén patrocinados oficialmente. Pero el mayor peligro para la libertad de expresión y de pensamiento no proviene de la intromisión directa del Ministerio de Información o de cualquier organismo oficial. Si los editores y los directores de los periódicos se esfuerzan en eludir ciertos temas no es por miedo a una denuncia: es porque le temen a la opinión pública. En este país, la cobardía intelectual es el peor enemigo al que han de hacer frente periodistas y escritores en general. Es éste un hecho grave que, en mi opinión, no ha sido discutido con la amplitud que merece.

Cualquier persona cabal y con experiencia periodística tendrá que admitir que, durante esta guerra, la censura oficial no ha sido particularmente enojosa. No hemos estado sometidos a ningún tipo de «orientación» o «coordinación» de carácter totalitario, cosa que hasta hubiera sido razonable admitir, dadas las circunstancias. Tal vez la prensa tenga algunos motivos de queja justificados pero, en conjunto, la actuación del gobierno ha sido correcta y de una clara tolerancia para las opiniones minoritarias. El hecho más lamentable en relación con la censura literaria en nuestro país ha sido principalmente de carácter voluntario. Las ideas impopulares, según se ha visto, pueden ser silenciadas y los hechos desagradables ocultarse sin necesidad de ninguna prohibición oficial. Cualquiera que haya vivido largo tiempo en un país extranjero podrá contar casos de noticias sensacionalistas que ocupaban titulares y acaparaban espacios incluso excesivos para sus méritos. Pues bien, estas mismas noticias son eludidas por la prensa británica, no porque el gobierno las prohíba, sino porque existe un acuerdo general y tácito sobre ciertos hechos que «no deben» mencionarse. Esto es fácil de entender mientras la prensa británica siga tal como está: muy centralizada y propiedad, en su mayor parte, de unos pocos hombres adinerados que tienen muchos motivos para no ser demasiado honestos al tratar ciertos temas importantes. Pero esta misma clase de censura velada actúa también sobre los libros y las publicaciones en general, así como sobre el cine, el teatro y la radio. Su origen está claro: en un momento dado se crea una ortodoxia, una serie de ideas que son asumidas por las personas bienpensantes y aceptadas sin discusión alguna. No es que se prohíba concretamente decir «esto» o «aquello», es que «no está bien» decir ciertas cosas, del mismo modo que en la época victoriana no se aludía a los pantalones en presencia de una señorita. Y cualquiera que ose desafiar aquella ortodoxia se encontrará silenciado con sorprendente eficacia. De ahí que casi nunca se haga caso a una opinión realmente independiente ni en la prensa popular ni en las publicaciones minoritarias e intelectuales.

En este instante, la ortodoxia dominante exige una admiración hacia Rusia sin asomo de crítica. Todo el mundo está al cabo de la calle de este hecho y, por consiguiente, todo el mundo actúa en consonancia. Cualquier crítica seria al régimen soviético, cualquier revelación de hechos que el gobierno ruso prefiera mantener ocultos, no saldrá a la luz. Y lo peor es que esta conspiración nacional para adular a nuestro aliado se produce a pesar de unos probados antecedentes de tolerancia intelectual muy arraigados entre nosotros. Y así vemos, paradójicamente, que no se permite criticar al gobierno soviético, mientras se es libre de hacerlo con el nuestro. Será raro que alguien pueda publicar un ataque contra Stalin, pero es muy socorrido atacar a Churchill desde cualquier clase de libro o periódico. Y en cinco años de guerra —durante dos o tres de los cuales luchamos por nuestra propia supervivencia— se escribieron incontables libros, artículos y panfletos que abogaban, sin cortapisa alguna, por llegar a una paz de compromiso, y todos ellos aparecieron sin provocar ningún tipo de crítica o censura. Mientras no se tratase de comprometer el prestigio de la Unión Soviética, el principio de libertad de expresión ha podido mantenerse vigorosamente. Es cierto que existen otros temas proscritos, pero la actitud hacia la URSS es el síntoma más significativo. Y tiene unas características completamente espontáneas, libres de la influencia de cualquier grupo de presión.

El servilismo con el que la mayor parte de la intelligentsia británica se ha tragado y repetido los tópicos de la propaganda rusa desde 1941 sería sorprendente, si no fuera porque el hecho no es nuevo y ha ocurrido ya en otras ocasiones. Publicación tras publicación, sin controversia alguna, se han ido aceptando y divulgando los puntos de vista soviéticos con un desprecio absoluto hacia la verdad histórica y hacia la seriedad intelectual. Por citar sólo un ejemplo: la BBC celebró el XXV aniversario de la creación del Ejército Rojo sin citar para nada a Trotsky, lo cual fue algo así como conmemorar la batalla de Trafalgar sin hablar de Nelson. Y, sin embargo, el hecho no provocó la más mínima protesta por parte de nuestros intelectuales. En las luchas de la Resistencia de los países ocupados por los alemanes, la prensa inglesa tomó siempre partido al lado de los grupos apoyados por Rusia, en tanto que las otras facciones eran silenciadas (a veces con omisión de hechos probados) con vistas a justificar esta postura. Un caso particularmente demostrativo fue el protegido en la persona del mariscal Tito y acusaron a Mijáilovich de colaboración con los alemanes. Esta acusación fue inmediatamente repetida por la prensa británica. A los partidarios de Mijáilovich no se les dio oportunidad alguna para responder a estas acusaciones e incluso fueron silenciados hechos que las rebatían, impidiendo su publicación. En julio de 1943 los alemanes ofrecieron una recompensa de 100.000 coronas de oro por la captura de Tito y otra igual por la de Mijáilovich. La prensa inglesa resaltó mucho lo ofrecido por Tito, mientras sólo un periódico (y en letra menuda) citaba la ofrecida por Mijáilovich. Y, entre tanto, las acusaciones por colaboracionismo eran incesantes... Hechos muy similares ocurrieron en España durante la Guerra Civil. También entonces los grupos republicanos a quienes los rusos habían decidido eliminar fueron acusados entre la indiferencia de nuestra prensa de izquierdas; y cualquier escrito en su defensa, aunque fuera una simple carta al director, vio rechazada su publicación. En aquellos momentos no sólo se consideraba reprobable cualquier tipo de crítica hacia la URSS, sino que incluso se mantenía secreta. Por ejemplo: Trotsky había escrito poco antes de morir una biografía de Stalin. Es de suponer que, si bien no era una obra totalmente imparcial, debía ser publicable y, en consecuencia, vendible. Un editor americano se había hecho cargo de su publicación y el libro estaba ya en prensa. Creo que habían sido ya corregidas las pruebas, cuando la URSS entró en la guerra mundial. El libro fue inmediatamente retirado. Del asunto no se dijo ni una sola palabra en la prensa británica, aunque la misma existencia del libro y su supresión eran hechos dignos de ser noticia.

Creo que es importante distinguir entre el tipo de censura que se imponen voluntariamente los intelectuales ingleses y la que proviene de los grupos de presión. Como es obvio, existen ciertos temas que no deben ponerse en tela de juicio a causa de los intereses creados que los rodean. Un caso bien conocido es el tocante a los médicos sin escrúpulos. También la Iglesia Católica tiene considerable influencia en la prensa, una influencia capaz de silenciar muchas críticas. Un escándalo en el que se vea mezclado un sacerdote católico es algo a lo que nunca se dará publicidad, mientras que si el mismo caso ocurre con uno anglicano, es muy probable que se publique en primera página, como ocurrió con el caso del rector de Stiffkey. Asimismo, es muy raro que un espectáculo de tendencia anticatólica aparezca en nuestros escenarios o en nuestras pantallas. Cualquier actor puede atestiguar que una obra de teatro o una película que se burle de la Iglesia Católica se exponen a ser boicoteados desde los periódicos y condenados al fracaso. Pero esta clase de hechos son comprensibles y además inofensivos. Toda gran organización cuida de sus intereses lo mejor que puede y, si ello se hace a través de una propaganda descubierta, nada hay que objetar. Uno no debe esperar que el Daily Worker publique algo desfavorable para la URSS, ni que el Catholic Herald hable mal del Papa. Esto no puede extrañar a nadie, pero lo que sí es inquietante es que, dondequiera que influya la URSS con sus especiales maneras de actuar, sea imposible esperar cualquier forma de crítica inteligente ni honesta por parte de escritores de signo liberal inmunes a todo tipo de presión directa que pudiera hacerles falsear sus opiniones. Stalin es sacrosanto y muchos aspectos de su política están por encima de toda discusión. Es una norma que ha sido mantenida casi universalmente desde 1941 pero que estaba orquestada hasta tal punto, que su origen parecía remontarse a diez años antes. En todo aquel tiempo las críticas hacia el régimen soviético ejercidas desde la izquierda tenían muy escasa audiencia. Había, sí, una gran cantidad de literatura antisoviética, pero casi toda procedía de zonas conservadoras y era claramente tendenciosa, fuera de lugar e inspirada por sórdidos motivos. Por el lado contrario hubo una producción igualmente abundante, y casi igualmente tendenciosa, en sentido pro ruso, que comportaba un boicot a todo el que tratara de discutir en profundidad cualquier cuestión importante.

Desde luego que era posible publicar libros antirrusos, pero hacerlo equivalía a condenarse a ser ignorado por la mayoría de los periódicos importantes. Tanto pública como privadamente se vivía consciente de que aquello «no debía» hacerse y, aunque se arguyera que lo que se decía era cierto, la respuesta era tildarlo de «inoportuno» y «al servicio de» intereses reaccionarios. Esta actitud fue mantenida apoyándose en la situación internacional y en la urgente necesidad de sostener la alianza anglorrusa; pero estaba claro que se trataba de una pura racionalización. La gran mayoría de los intelectuales británicos había estimulado una lealtad de tipo nacionalista hacia la Unión Soviética y, llevados por su devoción hacia ella, sentían que sembrar la duda sobre la sabiduría de Stalin era casi una blasfemia. Acontecimientos similares ocurridos en Rusia y en otros países se juzgaban según distintos criterios. Las interminables ejecuciones llevadas a cabo durante las purgas de 1936 a 1938 eran aprobadas por hombres que se habían pasado su vida oponiéndose a la pena capital, del mismo modo que, si bien no había reparo alguno en hablar del hambre en la India, se silenciaba la que padecía Ucrania. Y si todo esto era evidente antes de la guerra, esta atmósfera intelectual no es, ahora, ciertamente mejor.

Volviendo a mi libro, estoy seguro de que la reacción que provocará en la mayoría de los intelectuales ingleses será muy simple: «No debió ser publicado». Naturalmente, estos críticos, muy expertos en el arte de difamar, no lo atacarán en el terreno político, sino en el intelectual. Dirán que es un libro estúpido y tonto y que su edición no ha sido más que un despilfarro de papel. Y yo digo que esto puede ser verdad, pero no «toda la verdad» del asunto. No se puede afirmar que un libro no debe ser editado tan sólo porque sea malo. Después de todo, cada día se imprimen cientos de páginas de basura y nadie le da importancia. La intelligentsia británica, al menos en su mayor parte, criticará este libro porque en él se calumnia a su líder y con ello se perjudica la causa del progreso. Si se tratara del caso inverso, nada tendrían que decir aunque sus defectos literarios fueran diez veces más patentes. Por ejemplo, el éxito de las ediciones del Left Book Club durante cinco años demuestra cuán tolerante se puede llegar a ser en cuanto a la chabacanería y a la mala literatura que se edita, siempre y cuando diga lo que ellos quieren oír.

El tema que se debate aquí es muy sencillo: ¿Merece ser escuchado todo tipo de opinión, por impopular que sea? Plantead esta pregunta en estos términos y casi todos los ingleses sentirán que su deber es responder: «Sí». Pero dadle una forma concreta y preguntad: ¿Qué os parece si atacamos a Stalin? ¿Tenemos derecho a ser oídos? Y la respuesta más natural será: «No». En este caso, la pregunta representa un desafío a la opinión ortodoxa reinante y, en consecuencia, el principio de libertad de expresión entra en crisis. De todo ello resulta que, cuando en estos momentos se pide libertad de expresión, de hecho no se pide auténtica libertad. Estoy de acuerdo en que siempre habrá o deberá haber un cierto grado de censura mientras perduren las sociedades organizadas. Pero «libertad», como dice Rosa Luxemburg, es «libertad para los demás». Idéntico principio contienen las palabras de Voltaire: «Detesto lo que dices, pero defendería hasta la muerte tu derecho a decirlo». Si la libertad intelectual ha sido sin duda alguna uno de los principios básicos de la civilización occidental, o no significa nada o significa que cada uno debe tener pleno derecho a decir y a imprimir lo que él cree que es la verdad, siempre que ello no impida que el resto de la comunidad tenga la posibilidad de expresarse por los mismos inequívocos caminos. Tanto la democracia capitalista como las versiones occidentales del socialismo han garantizado hasta hace poco aquellos principios. Nuestro gobierno hace grandes demostraciones de ello. La gente de la calle —en parte quizá porque no está suficientemente imbuida de estas ideas hasta el punto de hacerse intolerante en su defensa— sigue pensando vagamente en aquello de: «Supongo que cada cual tiene derecho a exponer su propia opinión». Por ello incumbe principalmente a la intelectualidad científica y literaria el papel de guardián de esa libertad que está empezando a ser menospreciada en la teoría y en la práctica.

Uno de los fenómenos más peculiares de nuestro tiempo es el que ofrece el liberal renegado. Los marxistas claman a los cuatro vientos que la «libertad burguesa» es una ilusión, mientras una creencia muy extendida actualmente argumenta diciendo que la única manera de defender la libertad es por medio de métodos totalitarios. Si uno ama la democracia, prosigue esta argumentación, hay que aplastar a los enemigos sin que importen los medios utilizados. ¿Y quiénes son estos enemigos? Parece que no sólo son quienes la atacan abierta y concienzudamente, sino también aquellos que «objetivamente» la perjudican propalando doctrinas erróneas. En otras palabras: defendiendo la democracia acarrean la destrucción de todo pensamiento independiente. Éste fue el caso de los que pretendieron justificar las purgas rusas. Hasta el más ardiente rusófilo tuvo dificultades para creer que todas las víctimas fueran culpables de los cargos que se les imputaban. Pero el hecho de haber sostenido opiniones heterodoxas representaba un perjuicio para el régimen y, por consiguiente, la masacre fue un hecho tan normal como las falsas acusaciones de que fueron víctimas. Estos mismos argumentos se esgrimieron para justificar las falsedades lanzadas por la prensa de izquierdas acerca de los trotskistas y otros grupos republicanos durante la Guerra Civil española. Y la misma historia se repitió para criticar abiertamente el hábeas corpus concedido a Mosley cuando fue puesto en libertad en 1943.

Todos los que sostienen esta postura no se dan cuenta de que, al apoyar los métodos totalitarios, llegará un momento en que estos métodos serán usados «contra» ellos y no «por» ellos. Haced una costumbre del encarcelamiento de fascistas sin juicio previo y tal vez este proceso no se limite sólo a los fascistas. Poco después de que al Daily Worker le fuera levantada la suspensión, hablé en un College del sur de Londres. El auditorio estaba formado por trabajadores y profesionales de la baja clase media, poco más o menos el mismo tipo de público que frecuentaba las reuniones del Left Book Club. Mi conferencia trataba de la libertad de prensa y, al término de la misma y ante mi asombro, se levantaron varios espectadores para preguntarme «si en mi opinión había sido un error levantar la prohibición que impedía la publicación del Daily Worker». Hube de preguntarles el porqué y todos dijeron que «era un periódico de dudosa lealtad y por tanto no debía tolerarse su publicación en tiempo de guerra». El caso es que me encontré defendiendo al periódico que más de una vez se había salido de sus casillas para atacarme. ¿Dónde habían aprendido aquellas gentes puntos de vista tan totalitarios? Con toda seguridad debieron aprenderlos de los mismos comunistas.

La tolerancia y la honradez intelectual están muy arraigadas en Inglaterra, pero no son indestructibles y si siguen manteniéndose es, en buena parte, con gran esfuerzo. El resultado de predicar doctrinas totalitarias es que lleva a los pueblos libres a confundir lo que es peligroso y lo que no lo es. El caso de Mosley es, a este efecto, muy ilustrativo. En 1940 era totalmente lógico internarlo, tanto si era culpable como si no lo era. Estábamos entonces luchando por nuestra propia existencia y no podíamos tolerar que un posible colaboracionista anduviera suelto. En cambio, mantenerlo encarcelado en 1943, sin que mediara proceso alguno, era un verdadero ultraje. La aquiescencia general al aceptar este hecho fue un mal síntoma, aunque es cierto que la agitación contra la liberación de Mosley fue en gran parte ficticia y, en menor parte, manifestación de otros motivos de descontento. ¡Sin embargo, cuán evidente resulta, en el actual deslizamiento hacia los sistemas fascistas, la huella de los antifascismos de los últimos diez años y la falta de escrúpulos por ellos acuñada!

Es importante constatar que la corriente rusófila es sólo un síntoma del debilitamiento general de la tradición liberal. Si el Ministerio de Información hubiera vetado definitivamente la publicación de este libro, la mayoría de los intelectuales no hubiera visto nada inquietante en todo ello. La lealtad exenta de toda crítica hacia la URSS pasa a convertirse en ortodoxia, y, dondequiera que estén en juego los intereses soviéticos, están dispuestos no sólo a tolerar la censura sino a falsificar deliberadamente la Historia. Por citar sólo un caso. A la muerte de John Reed, el autor de Diez días que conmovieron al mundo —un relato de primera mano de las jornadas claves de la Revolución rusa—, los derechos del libro pasaron a poder del Partido Comunista británico, a quien el autor, según creo, los había legado. Algunos años más tarde, los comunistas ingleses destruyeron en gran parte la edición original, lanzando después una versión amañada en la que omitieron las menciones a Trotsky así como la introducción escrita por el propio Lenin. Si hubiera existido una auténtica intelectualidad liberal en Gran Bretaña, este acto de piratería hubiera sido expuesto y denunciado en todos los periódicos del país. La realidad es que las protestas fueron escasas o nulas. A muchos, aquello les pareció la cosa más natural. Esta tolerancia que llega a lo indecoroso es más significativa aún que la corriente de admiración hacia Rusia que se ha impuesto en estos días. Pero probablemente esta moda no durará. Preveo que, cuando este libro se publique, mi visión del régimen soviético será la más comúnmente aceptada. ¿Qué puede esto significar? Cambiar una ortodoxia por otra no supone necesariamente un progreso, porque el verdadero enemigo está en la creación de una mentalidad «gramofónica» repetitiva, tanto si se está como si no de acuerdo con el disco que suena en aquel momento.

Conozco todos los argumentos que se esgrimen contra la libertad de expresión y de pensamiento, argumentos que sostienen que no «debe» o que no «puede» existir. Yo, sencillamente, respondo a todos ellos diciéndoles que no me convencen y que nuestra civilización está basada en la coexistencia de criterios opuestos desde hace más de 400 años. Durante una década he creído que el régimen existente en Rusia era una cosa perversa y he reivindicado mi derecho a decirlo, a pesar de que seamos aliados de los rusos en una guerra que deseo ver ganada. Si yo tuviera que escoger un texto para justificarme a mí mismo elegiría una frase de Milton que dice así: «Por las conocidas normas de la vieja libertad».

La palabra vieja subraya el hecho de que la libertad intelectual es una tradición profundamente arraigada sin la cual nuestra cultura occidental dudosamente podría existir. Muchos intelectuales han dado la espalda a esta tradición, aceptando el principio de que una obra deberá ser publicada o prohibida, loada o condenada, no por sus méritos sino según su oportunidad ideológica o política. Y otros, que no comparten este punto de vista, lo aceptan, sin embargo, por cobardía. Un buen ejemplo de esto lo constituye el fracaso de muchos pacifistas incapaces de elevar sus voces contra el militarismo ruso. De acuerdo con estos pacifistas, toda violencia debe ser condenada, y ellos mismos no han vacilado en pedir una paz negociada en los más duros momentos de la guerra. Pero, ¿cuándo han declarado que la guerra también es censurable aunque la haga el Ejército Rojo? Aparentemente, los rusos tienen todo su derecho a defenderse, mientras nosotros, si lo hacemos, caemos en pecado mortal. Esta contradicción sólo puede explicarse por la cobardía de una gran parte de los intelectuales ingleses cuyo patriotismo, al parecer, está más orientado hacia la URSS que hacia la Gran Bretaña.Conozco muy bien las razones por las que los intelectuales de nuestro país demuestran su pusilanimidad y su deshonestidad; conozco por experiencia los argumentos con los que pretenden justificarse a sí mismos. Pero, por eso mismo, sería mejor que cesaran en sus desatinos intentando defender la libertad contra el fascismo. Si la libertad significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír. La gente sigue vagamente adscrita a esta doctrina y actúa según ella le dicta. En la actualidad, en nuestro país —y no ha sido así en otros, como en la republicana Francia o en los Estados Unidos de hoy— los liberales le tienen miedo a la libertad y los intelectuales no vacilan en mancillar la inteligencia: es para llamar la atención sobre estos hechos por lo que he escrito este prólogo.

George Orwell

La Lambda



Philipe Vardón-Raybauld en su obra “Eléments pour une Contre-Culture identitaire” explica lo siguiente a propósito de la letra Lambda:«Pintada sobre un escudo, designa a Esparta, ciudad de Lacedemonia. Incluida en un cartel o en una bandera que flota en una manifestación, es el símbolo con el que las juventudes identitarias han elegido identificarse desde 2007, en referencia, precisamente, a la mítica Esparta y a sus héroes». Así pues, ya se sabe, por qué los identitarios europeos adoptan el símbolo de la letra griega Lambda mayúscula.

El escudo espartano recibía el nombre de «aspis» y toda la táctica militar giraba en torno suyo. Se trataba de que las filas de hoplitas estuvieran lo suficientemente cerradas y fueron tan compactas como hoy puede serlo una unidad blindada. Avanzando en orden cerrado esas filas eran literalmente invulnerables. Sobre este escudo se pintó el símbolo de la Lambda mayúscula para que el enemigo no tuviera dudas de con quién estaban combatiendo.

Habitualmente la lambda mayúscula que estaba representada en los escudos espartanos tenía sus lados abiertos con un ángulo de 45º, la mitad de un ángulo recto. Se consideraba que el ángulo recto era el que conducía a los dioses, mientras que el ángulo de 45º es el que simbolizaba la comunidad, la patria, la sociedad de los hombres libres.

El símbolo de la Lambda fue recuperado por los gremios medievales, en especial por los artesanos talladores de piedra que construyeron nuestras mejores catedrales góticas. En su trabajo les era necesario apoyarse en una serie de instrumentos que era utilizados en los trabajos y, al mismo tiempo, representaban valores éticos y morales: el escoplo representaba el poder de penetración y el mazo la fuerza y la voluntad; el nivel representaba la ecuanimidad mientras que la plomada era el símbolo de la rectitud; la lambda era, por eso mismo, el símbolo de la perfección.


Ernesto Milà

lunes, 25 de mayo de 2015

Proudhon y la política

“El comunismo, como a menudo he criticado, es la auténtica negación de la sociedad en su base, la cual es la progresiva equivalencia de funciones y capacidades. Los comunistas, hacia los cuales tienden todos los socialismos, no creen en la igualdad por naturaleza y educación. La suplen por decretos soberanos que no pueden soportar, sin importar lo que hagan. En lugar de buscar justicia en la armonía de los hechos, la toman de sus sentimientos, llamando justicia a cualquier cosa que les pareciese amor por el vecino e incesantemente confundiendo hechos de la razón con hechos emocionales.”

“Tienen altas pretensiones de genio, de gloria. Distinguidos, elegantes, sensuales, codiciosos, vanidosos, ávidos de elogios y recompensas, pertenecen a quien los halaga y les paga y son más los auxiliares de la corrupción que de la regeneración[…] a pesar de la riqueza de su imaginación y el lujo de su facundia, a pesar de su colosal vanidad, no están en condiciones de responder por sí mismos y de justificar sus obras[…] El artista está aislado, su pensamiento es solitario[…] no tiene fe ni principios; está librado al ateísmo de sus sentimientos y a la anarquía de sus ideas. No sabe por dónde ganarse al público; es una confusión en la que nadie se conoce y donde cada uno tira para su lado ¿Cómo podrían producir obras populares, ellos que nada saben del alma del pueblo?.”

“El Viejo Mundo está en proceso de disolución. Uno sólo puede cambiarlo a través de una revolución integral de las ideas y de los corazones.”



 Pierre-Joseph Proudhon

El cambio

Conseguir que el trabajador de los campos se convierta en hombre libre y dueño de su destino, por medio de la pequeña propiedad; mejorar la condición económica, intelectual y moral del obrero, protegiéndolo contra la opresión del capitalista; abolir la dictadura y conquistar amplias y efectivas libertades políticas para el pueblo mexicano…Reforma agraria, reivindicaciones obreras, purificación y mejoramiento de la administración de justicia, todo esto formará la médula y el alma del programa revolucionario, la base y el punto de partida para la reconstrucción nacional


Zapata, abril, 1918

domingo, 24 de mayo de 2015

Lo que viene...

“Las guerras venideras revivirán así las viejas prácticas de esclavizar y matar a prisioneros de guerra y olvidar la protección que antaño se dispensaba a la población civil. En vez del codificado honor militar de una Gran cultura del Honor se convertirá, eventualmente, en un asunto de imperativo personal interno, y la voluntad individual decidirá por sí misma, dependiendo de su posición la importancia de su decisión. No es deshonroso per se matar prisioneros, pero si se rinden y entregan las armas bajo la condición de que sus vidas sean respetadas, como hicieron los soldados y los jefes europeos en la última guerra, es deshonroso colgarlos, como hicieron los americanos después de dicha guerra.


En el ultimo acto de nuestro gran drama Cultural Occidental, la idea misma de la Cultura demuestra su impar valor – el Destino es siempre joven dice el filósofo de esta época- colocándose a sí misma en el centro de la Vida y definiendo a todos los hombres como amigos y enemigos, según se adhieran a ella o le hagan oposición. La política de la cultura es la consecuencia final de la política de la Religión, política familiar y política de facciones, que va desde las Cruzadas hasta la Reforma, continúa con la política dinastiísta hasta el congreso de Viena, y finaliza con la política nacional y la política económica hasta la Segunda Guerra Mundial. Remite la crisis del Racionalismo. Los fenómenos que le acompañan se vuelven incoloros, cada vez mas forzados uno por uno van difuminándose: Igualdad, Democracia, Inestabilidad, Comercialismo, Alta Finanza y su poder financiero, Guerra de Clases, Comercio como fin en sí mismo, Atomismo Social, Parlamentarismo, Liberalismo, Comunismo, Materialismo, Propaganda de masas. Todas esas orgullosas banderas yacen finalmente en el polvo. No son más que símbolos de la atrevida y procaz, pero vana tentativa de la Razón, para conquistar el reino del espíritu.”
 
Francis Parkey Jockey, Imperium

¡Comandante!

Las palabras del Comandante Camilo Cienfuegos:
En la gigantesca reunión de un millón de cubanos frente al Palacio Presidencial, fueron las últimas que pronunció ante su propio pueblo Cubano.

Transcripcion del Discurso Completo: 26 de Octubre 1959

Tan altos y firmes como la Sierra Maestra son hoy la vergüenza, la dignidad y el valor del pueblo de Cuba en esta monstruosa concentración frente a este Palacio, hoy revolucionario, del pueblo de Cuba.

Tan alto como el Pico invencible del Turquino, es hoy y será siempre el apoyo de este pueblo cubano a la Revolución que se hizo para este pueblo cubano.

Se demuestra esta tarde que no importan las traiciones arteras y cobardes que puedan hacer a este pueblo y a esta Revolución, que no importa que vengan aviones mercenarios tripulados por criminales de guerra y amparados por intereses poderosos del gobierno norteamericano, porque aquí hay un pueblo que no se deja confundir por los traidores; aquí hay un pueblo que no le teme a la aviación mercenaria (...) Porque sabemos que este pueblo cubano no se dejará confundir por las campañas hechas por los enemigos de la Revolución, porque el pueblo cubano sabe que por cada traidor que surja habrá mil soldados rebeldes que estén dispuestos a morir defendiendo la libertad y la soberanía que conquistó este pueblo

Porque para detener esta Revolución cubanísima tiene que morir un pueblo entero, y si esto llegara a pasar serían una realidad los versos de Bonifacio Byrne: "Si desecha en menudos pedazos/ se llega a ver mi bandera algún día.../ ¡nuestros muertos alzando los brazos/ la sabrán defender todavía!"...

(...) que no piensen los que envían los aviones, que no piensen los que tripulan los aviones que vamos a postrarnos de rodillas y que vamos a inclinar nuestras frentes. De rodillas nos pondremos una vez, y una vez inclinaremos nuestras frentes, y será el día que lleguemos a la tierra cubana, que guarda veinte mil cubanos para decirles: ¡Hermanos, la Revolución está hecha, vuestra sangre no corrió en balde!.

sábado, 23 de mayo de 2015

Los hijos de la loba.

El culto al Duce tuvo una proyección social extraordinaria y como tal, fue parte principal en la obra de adoctrinamiento y encuadramiento sociales emprendida por el fascismo.Para la integración de los jóvenes, atención prioritaria del régimen, se creó el 3 de abril de 1926 dependiendo del Ministerio de Educación y del Partido la Opera Nazionale Balilla (ONB), en la que en 1937 estaban integrados unos 5 millones de niños y adolescentes de ambos sexos (de los 4 a los 18 años), divididos según edades en Hijos de la Loba, Balillas, Vanguardistas, Pequeñas Italianas y Jóvenes Italianas, cada una de ellas a su vez estructurada en unidades de tipo pseudo-militar (escuadras, centurias, cohortes, legiones) y todas vinculadas mediante juramento de lealtad personal al Duce.


Todo lo que restaba de organizaciones voluntarias juveniles, quedó integrado en la ONB o suprimido, con la excepción de la AcciónCatólica, a la que de todos modos se restringió sus ámbitos de actividad.De los cuatro a los ocho años, los niños pertenecían a los "hijos de la loba"; a los ocho años pasaban a las «Balilla»; a los catorce años eran «Avanguardisti»; finalmente, a los dieciocho años pasaban a las «Juventudes Fascistas».

Giovinezza fue el himno oficial del partido, que se ejecutaba en cada concentración y se repetía habitualmente en los noticieros cinematográficos, transmisiones radiofónicas y conciertos, incluso más que la Marcia reale (el himno nacional), a la que se adjuntaba en cada acto oficial.Se trataba de mostrar a la nación y al mundo un régimen que era expresión de juventud. Así, el régimen promovió medidas para incitar a la nupcialidad, y una insistente propaganda para aumentar la natalidad de las familias, con el fin de demostrar que la nación era joven, fértil y en ascenso demográfico.

La «mística juvenil»sirvió para demostrar la implicación de la nación en un futuro prometedor, en contraste con los escasamente prolíficos regímenes liberales como las «decrépitas y corruptas» Francia e Inglaterra, representadas en la propaganda de los movimientos fascistas europeos como potencias en declive. En 1934 se produjo una ampliación de su actividad a los niños de 6 años,y se insistió aún más en la implicación de las niñas, de forma separada y vistiendo una camisa blanca en lugar de una negra, en desfiles y actividades deportivas.

Votar o no votar

“‬En sí mismo,‭ ‬votar o no tiene poca importancia‭ (‬quienes hacen una cuestión importante de su rechazo a votar están revelando simplemente su propio fetichismo‭)‬.‭ ‬El problema es que el votar tiende a adormecer a la gente confiando a otros que actúen por ellos,‭ ‬desviándolos de posibilidades más significativas.‭ ‬Unas cuantas personas que toman alguna iniciativa creativa‭ (‬pensemos en las ocupaciones por los derechos civiles‭) ‬pueden en última instancia tener un efecto mucho más amplio que si hubieran puesto su energía en hacer campañas en favor de políticos‭ “‬menos malos‭” ‬que sus oponentes.‭ ‬En el mejor de los casos,‭ ‬los legisladores raramente hacen más de lo que son forzados a hacer por los movimientos populares.‭ ‬Un régimen conservador bajo presión de movimientos radicales independientes con frecuencia hace más concesiones que un régimen liberal que sabe que puede contar con el apoyo radical.‭ ‬Si la gente se repliega invariablemente en los males menores,‭ ‬todo lo que los gobernantes tienen que hacer en cualquier situación en que su poder se vea amenazado es conjurarlo con la amenaza de algún mal mayor‭.”
Ken Knabb

viernes, 22 de mayo de 2015

Manifiesto del Calcio Futurista

Damos a conocer el Manifiesto del Calcio Futurista, obra de nuestra creación, arte que surge de mentes incansables de acción, en tiempos de apatía narcotizada con vorágine. El fanatismo y la Italianidad hicieron el resto:
1. Queremos jugar por amor al juego, con arte lúdico, energía de potrero y el hábito adquirido tras la pelota de trapo.

2. El coraje, la audacia, la rebelión y el asfalto serán elementos esenciales de nuestro estilo.

3. Con la belleza de la velocidad construiremos nuestra fortaleza, dejando atrás la inmovilidad del pensamiento y el sueño de riquezas, para exaltar, una y otra vez, el movimiento agresivo, el insomnio febril, el salto mortal, el Catenaccio y el dos por cuatro.

4. Queremos enaltecer al jugador que ama su camiseta, cuya bandera ideal atraviesa la Tierra, elevada ella misma por el circuito de su órbita.

5. Necesario es que ese mismo jugador se prodigue con sudor, pasión, ardor y esplendor para incrementar el entusiástico fervor de los elementos primordiales.

6. El juego bello no es sin lucha. Ningún ejercicio de cuerpo y alma sin carácter agresivo puede ser considerado una obra maestra. El fútbol ha de ser estimado como un asalto violento contra las furias contrarias para reducirlas a postrarse delante del gol.

7. ¡Estamos sobre la torre más iluminada de nuestra estirpe competitiva! ¿Quién podría oscurecernos si pretendemos echar luz sobre las misteriosas puertas del Imposible? Un gol que estalla en el alma de la hinchada, cuyas esquirlas iluminan el cielo, es más bello que el Guernica.

8. Queremos glorificar la guerra psicológica, única higiene lúdica. La tensión, la presión, las vestiduras desgarradas de los tibios, realzan nuestra moral de combate y aumentan nuestro desprecio por los congraciados con la labia bonita.

9. Anhelamos destruir las instituciones asociadas al mercantilismo deportivo, las academias del verso, las bailantas en el verde césped y combatir la moral políticamente correcta, los micrófonos funcionales al poder de turno y las mariquitas que destilan lágrimas fuera del vestuario.

10. Cantaremos a las grandes multitudes que la pasión agita, por el placer o por la revuelta. Cantaremos a las mareas multicolores y polifónicas de los tablones revolucionarios de estadios inaccesibles y de los grandes coliseos incendiados.

Desde el fango del club de barrio lanzamos al mundo este manifiesto nuestro de violencia atropelladora, carente de barras bravas y desbordado de aventureros que huelen el horizonte. Desde ese mismo fango —arcilla futurista— saldrán nuestros muertos vivos nutridos con el odio eterno al fútbol moderno para generar la cantera de vitales entusiastas del fútbol por venir.

Tifoso Schifoso

Extremo-Centro-Alto

EXTREMO reclama la intransigencia del acto y de la lucha. En este momento en que todo es previsible, correcto, empaquetado, institucionalizado, las luchas auténticas deben salirse de los esquemas, sea en el modo, como en los contenidos, de otra forma, no son, no inciden, no se ven. Es el reclamo por la vía de la acción.

CENTRO es la alusión a nuestra cultura, al conocimiento de nuestras raíces, es nuestro propio equilibrio. Pero es también la determinación de estar donde suceden las cosas, de cortar el nudo construido con las categorías tradicionales, muralla que nosotros no queremos ni aceptar, ni cercar, sino derribar.

ALTO es la referencia a una dimensión de la política que hoy está completamente perdida: es el reclamo a la ética, a la estética, a la épica, a la existencia entendida como ascesis, regla práctica encaminada a la liberación del espíritu y el logro de la virtud. Sólo se puede conseguir mirando hacia lo alto.

Gianluca Iannone

jueves, 21 de mayo de 2015

El hombre y la historia

Es bien sabido que todo organismo tiene su ritmo, su figura, su duración determinada, e igual sucede a todas las manifestaciones de su vida. Nadie supondrá que un roble centenario se halle ahora a punto de comenzar su evolución. Nadie creerá que un gusano, al que se ve crecer todos los días, vaya a seguir creciendo así un par de años más. Todo el mundo, en tales casos, posee con absoluta certeza el sentimiento de un límite, que es idéntico al sentimiento de las formas orgánicas. Pero cuando se trata de la historia de las grandes formas humanas, domina un optimismo ilimitadamente trivial respecto al futuro. Entonces enmudece toda experiencia histórica y orgánica y cada cual acierta a descubrir en el presente, cualquiera que sea, los síntomas o iniciaciones de un magnífico «progreso» lineal, no porque lo demuestre la ciencia, sino porque así lo desea él. Entonces se cuenta con posibilidades ilimitadas — nunca con un término natural —, y partiendo de la situación del momento, se bosqueja una ingenua construcción de lo que ha de seguir.

Pero «la humanidad» no tiene un fin, una idea, un plan; como no tiene fin ni plan la especie de las mariposas o de las orquídeas. «Humanidad» es un concepto zoológico o una palabra vana. Que desaparezca este fantasma del círculo de problemas referentes a la forma histórica, y se verán surgir con sorprendente abundancia las verdaderas formas. Hay aquí una insondable riqueza, profundidad y movilidad de lo viviente, que hasta ahora ha permanecido oculta bajo una frase vacía, un esquema seco, o unos «ideales» personales.

En lugar de la monótona imagen de una historia universal en línea recta, que sólo se mantiene porque cerramos los ojos ante el número abrumador de los hechos, veo yo el fenómeno de múltiples culturas poderosas, que florecen con vigor cósmico en el seno de una tierra madre, a la que cada una de ellas está unida por todo el curso de su existencia. Cada una de esas culturas imprime a su materia, que es el hombre, su forma propia; cada una tiene su propia idea, sus propias pasiones, su propia vida, su querer, su sentir, su morir propios. Hay aquí colores, luces, movimientos, que ninguna contemplación intelectual ha descubierto aún. Hay culturas, pueblos, idiomas verdades, dioses, paisajes, que son jóvenes y florecientes; otros que son ya viejos y decadentes; como hay robles, tallos, ramas, hojas, flores, que son viejos y otros que son, jóvenes. Pero no hay «humanidad» vieja. Cada cultura posee sus propias posibilidades de expresión, que germinan, maduran, se marchitan y no reviven jamás. Hay muchas plásticas muy diferentes, muchas pinturas, muchas matemáticas, muchas físicas; cada una de ellas es, en su profunda esencia, totalmente distinta de las demás; cada una tiene su duración limitada; cada una está encerrada en sí misma, como cada especie vegetal tiene sus propias flores y sus propios frutos, su tipo de crecimiento y de decadencia. Esas culturas, seres vivos de orden superior, crecen en una sublime ausencia de todo fin y propósito, como flores en el campo. Pertenecen, cual plantas y animales, a la naturaleza viviente de Goethe, no a la naturaleza muerta de Newton. Yo veo en la historia universal la imagen de una eterna formación y deformación, de un maravilloso advenimiento y perecimiento de formas orgánicas. El historiador de oficio, en cambio, concibe la historia a la manera de una tenia que, incansablemente, va añadiendo época tras época.



Fragmento de "La decadencia de Occidente", por Oswald Spengler