jueves, 31 de diciembre de 2015

El socialismo Ujamaa

El socialismo es una actitud mental. En una sociedad socialista es la actitud mental socialista, y no la rígida adhesión a una norma política uniforme, lo que se necesita para conseguir que las gentes cuiden unas del bienestar de otras.

El propósito de este trabajo es examinar esa actitud. No esta destinado a definir las instituciones que pueden ser necesarias para encararla en una sociedad moderna.

En el individuo, como en la sociedad, es una actitud mental lo que distingue al socialista del no socialista. No tiene nada que ver con la posesión a la no posesión de riqueza. Personas indigentes pueden ser capitalistas en potencia, explotadores de seres humanos prójimos suyos. Del mismo modo, puede ser socialista un millonario; puede dar valor a su riqueza sólo porque puede usarse en el servicio del prójimo. Pero el individuo que usa la riqueza con propósito de dominar a sus prójimos es un capitalista. ¡Y es tal el hombre, que lo hace siempre que puede!

He dicho que un millonario puede ser un buen socialista. Pero un socialista millonario es un fenómeno raro. Realmente, es una contradicción en los términos. La aparición de millonarios en una sociedad no es prueba de la opulencia de ésta; pueden producirse en países muy pobres, como Tanganica, lo mismo que en países ricos, como los Estados Unidos de América. Porque no es la eficacia de la producción, ni la cantidad de riqueza de un país, lo que forma millonarios; es la distribución desigual de lo que se produce. La diferencia fundamental entre una sociedad socialista y una sociedad capitalista no está en los métodos de producir riquezas, sino en el modo en que ésta se distribuye. Por lo tanto, aunque un millonario podría ser un buen socialista, difícilmente puede ser producto de una sociedad socialista.

(…)Los defensores del capitalismo alegan que la riqueza del millonario es la justa remuneración de su talento o su actividad. Pero ese alegato no tiene el apoyo de los hechos. La riqueza del millonario no depende de la actividad o los talentos del millonario mismo más de lo que el poder de un monarca feudal depende de sus propios esfuerzos, iniciativa o cerebro. Los dos son usuarios, explotadores, de las capacidades y la actividad de otros individuos(…).



Ujaama, base del socialismo africano
Julius Kambarage Nyerere

martes, 29 de diciembre de 2015

Brazos juveniles




¿Derechas e izquierdas, qué más da? Unas y otras van colando su óbolo, su grano de arena, algunos ya hasta bloques de granito, para hundir hasta el fondo toda una historia y toda una civilización.

Si al menos hundida huyeran como cobardes y ocultaran su maldad disfrutando sus beneficios, aún así habría que concederles un pequeño favor.

Los brazos juveniles, esos brazos que se alzan con ímpetu, con virilidad, con ansia de una nueva España, extraerían del fondo del fango toda aquella estructura para limpiarla y platearla.

Mas eso es considerarlos lo que no son. Allí, pie firme, ven ahogarse al Estado, ven morir por asfixia a todo nuestro pasado imperial y con sentimientos de alimaña lo extraen para luego hundirlo más aún en aquella podredumbre. Van haciendo que la agonía sea duradera y aquellos gritos moribundos de algo que termina les mueve a risa y aún se atreven a hacer juegos de palabras desde su tribuna.

Y ante eso es ante lo que se levanta la juventud. No puede vivir más en esta agonía que lleva consigo la tragicomedia que le rodea.



 Extraído de Haz, núm. 6, 15 de julio de 1.935,
por Alejandro Salazar

lunes, 28 de diciembre de 2015

El señorito


Ya son bastantes los que cuando nos ven nos saludan con el brazo en alto. Pero da la casualidad de que muchos saludan así en presencia de un whisky, al que consagran, sorbo a sorbo, las mejores horas de un día cuyo rendimiento conocido empieza a la una de la tarde.
Esos mismos que así intercalan el saludo romano entre el whisky y nuestra presencia son los más apremiantes en sus censuras por nuestra lentitud, los más exigentes en los propósitos de represalias y los más radicales en la elección verbal de los procedimientos combativos.
Bueno es hacer constar que luego, a la hora de la verdad, no se halla a los tales repartiendo y recibiendo, golpes. Ni, más modestamente, se los encuentra propicios a suministrar el más moderado auxilio económico.


No es, pues, inoportuno empezar a poner las cosas en claro.
A Falange Española no le interesa nada, como tipo social, el señorito.
El "señorito" es la degeneración del "señor", del "hidalgo" que escribió, y hasta hace bien poco, las mejores páginas de nuestra historia. El señor era tal señor porque era capaz de "renunciar", esto es, dimitir privilegios, comodidades y placeres en homenaje a una alta idea de "servicio". Nobleza obliga, pensaban los hidalgos, los señores; es decir, nobleza "exige". Cuanto más se es, más hay que ser capaz de dejar de ser. Y así, de los padrones de hidalguía salieron los más de los nombres que se engalanaron en el sacrificio.
Pero el señorito, al revés que el señor, cree que la posición social, en vez de obligar, releva. Releva del trabajo, de la abnegación y de la solidaridad con los demás mortales. Claro que entre los señoritos, todavía, hay muchos capaces de ser señores. ¿Cómo lo vamos a desconocer nosotros? Estos reproches, por definición, no van con ellos. Sí van, en cambio, contra los señoritos típicos: contra los que creen que con un saludo romano en un "bar" pagan por adelantado los esfuerzos con que imaginan que nosotros vamos a asegurarles la plácida ingurgitación de su whisky.


Como aquí no se engaña a nadie, quede bien claro que nosotros, como todos los humanos que se consagran a un esfuerzo, podremos triunfar o fracasar. Pero que si triunfamos no triunfarán con nosotros los "señoritos". El ocioso convidado a la vida sin contribuir en nada a las comunes tareas, es un tipo llamado a desaparecer en toda comunidad bien regida. La Humanidad tiene sobre sus hombros demasiadas cargas para que unos cuantos se consideren exentos de toda obligación. Claro que no todos tienen que hacer las mismas faenas; desde el trabajo manual más humilde hasta la magistratura social de ejemplo y de refinamiento, son muchas las tareas que realizar. Pero hay que realizar alguna. El papel de invitado que no paga lleva camino de extinguirse en el mundo.
Y eso es lo que queremos nosotros: que se extinga. Para bien de los humildes, que en número de millones llevan una vida infrahumana, a cuyo mejoramiento tenemos que consagrarnos todos. Y para bien de los mismos "señoritos", que, al volver a encontrar digno empleo para sus dotes, recobrarán, rehabilitados, la verdadera jerarquía que malgastaron en demasiadas horas de holganza.
 

F.E., núm. 4, 25 de enero de 1934

sábado, 26 de diciembre de 2015

La Navidad en la División Azul


Había entrado el invierno en Rusia, atrás ya había quedado el Campamento de Grafenwöhr, de doscientos kilómetros cuadrados, la salida para el frente, un 20 de agosto; la primera nevada con intensidad en el subsector de Novgorod, lago Ilmen y parte del río Wolchow y el primer ataque ruso, "Teniente Escobedo a Comandante Román. El enemigo ataca con fuerzas muy superiores. Replicamos con todos los medios. La posición será defendida hasta el último hombre". También se sucedieron las primeras bajas, los ataques rusos sobre Sitno y Tigoda, logrando cortar la comunicación entre ambos poblados; los bombardeos sobre el Monasterio Ottenski; y las épicas defensas de Possad y Dubrovka.

Llegada la Navidad, se intentó celebrarla con la mayor alegría dentro de la natural nostalgia, pero los rusos no dejaron pasar días tan señalados sin lanzar nuevos golpes de mano. Era la tarde del 24 de diciembre. Radio Macuto* propagaba que habría rancho extraordinario con productos de la Patria, pero los soviéticos no conocían de celebraciones. El comandante Suárez Roselló, jefe del tercer batallón, no sólo contuvo el ataque del enemigo infiltrado por los flancos sobre Gorka, sino que lo repelió desalojando al enemigo y ocasionándoles sesenta muertos y veinte prisioneros. La noche de Pascua estaba a la vuelta de la esquina. Los españoles se esfuerzan en crear un ambiente lo más festivo posible. Incluso en algunos búnkers, y fieles a su espíritu católico, han hecho unos pequeños nacimientos con figuras de madera, tela y chapa. No son perfectos, más bien simbólicos. En toda la División, unos mejor y otros peor, la celebran como Dios manda. En Teremez se encuentra la 4ª Sección de la 12ª Compañía Anticarros. Debido a los continuos ataques rusos han sido agregados temporalmente a la 2ª Compañía del Batallón de Reserva Móvil, el Tía Bernarda. Han cantado villacicos hasta quedarse afónicos. Para apaciguar los ánimos han iniciado el rezo del Santo Rosario en recuerdo de todos los españoles que han caído en combate. Cuando van por la mitad, un fuerte estampido los deja atónitos. A tientas, sin saber nadie dónde está su equipo -y alguno que otro tambaleándose-, consiguen salir fuera y tomar posiciones en su pieza. Los ruskis no llegan al otro lado. Los españoles no cesan de disparar su fusil ametrallador. Uno de los nuestros parece haber acertado a una de las siluetas que avanzan: "Lo siento chico, ya se que éste no es precisamente el espíritu de la Navidad", se lamenta. Cuando la cosa se calma, vuelven al búnker donde, sin terminar el Rosario, se dejan caer sobre su camastro.

Jaime Homar se ha puesto el uniforme de paseo y se dirige a la capilla, donde se celebra una emotiva Misa del Gallo que el Comandante de Estado Mayor aprovecha para comulgar. Aquel ambiente le recuerda años anteriores cuando, con su mujer, asistía a esta Misa en su tierra natal. Seguramente en este mismo instante sus paisano se encontrarían participando de ella en la Catedral y después tomarían unas estupendas ensaimadas con chocolate. Terminada la Misa, acompaña al resto del personal del Cuartel General, a la cena que preside Muñoz Grandes. Es Navidad y los rusos no saben que este día no se debería matar. A las seis de la mañana atacan con contundencia Udarnik, "el Teniente Ochoa había sido herido en el pecho y le habían hecho quince bajas en los treinta y dos hombres que llevaba" (José Martínez Esparza, Con la División Azul en Rusia, Madrid; Ejército, 1943, pág. 228). Al grito de ¡Arriba España! y a bombazo limpio, los españoles fueron recuperando isba por isba. Los rusos no se lo esperan y creyéndose dueños de la situación se ven sorprendidos cuando un puñado de españoles gritando como locos se les enfrentan. El anticarro Yola no deja de disparar. Es Navidad y Muñoz Grandes escribe la felicitación al pueblo español: "Duro es el enemigo y más duro es el invierno ruso ... pero más duros aún son mis hombres". (Gerald Kleinfeld y Lewis A. Tambs, La División española de Hitler, la División Azul en Rusia, Madrid; San Martín, 1983, pág. 227).

Un año más tarde, la Navidad de 1942 en Pokrovskaia, el Cuartel General de la División, estuvo animada y, gracias al aguinaldo alemán y español incluso resultó rumbosa. Los paquetes con regalos y golosinas llegaron a todos los soldados de la 1ª Línea. En los lugares más a retaguardia, la Nochebuena se celebró con gran entusiasmo. Era una fiesta muy añorada y agradecida. Las cenas fueron abundantes. "Incluso en algunas poblaciones eran compartidas con los lugareños, que elogiaban sobre todo el turrón y el mazapán, que comían sin parar. A los gritos de ¡Chritus!, ¡Christus!, que daban los rusos, los españoles respondían con algún villancico popular" (Enrique de la Vega, Rusia No es culpable, Historia de la División Azul, Madrid; Ed. Barbarroja, 1999, pág. 89). Una anécdota que le gustaba relatar al general Esteban-Infantes para dar a conocer el espíritu y los sentimientos de los divisionarios, fue la ocurrida en la Nochebuena de ese año. Según contaba el general, aquella fría noche, a 35º bajo cero, decidió recorrer personalmente algunos puestos avanzados. En uno de ellos, al lamentarse el general de no poder ofrecerle mejores medios para contrarrestar el inmenso frío y regalarles algo mejor que unas cajetillas de cigarrillos, el centinela, sin abandonar la vigilancia del campo enemigo, le respondió: "Para nosotros, mi general, el mejor regalo que podemos recibir, es que nuestro propio general nos visite en la misma trinchera".
 

Extraído de "La División Azul (Donde Asia empieza)", por Emilio Esteban-Infantes, Barcelona; 1956

lunes, 21 de diciembre de 2015

Libertad, patrimonio de unos pocos




El grado de bienestar, producto del neocapitalismo, aunque formalmente no pretende absorber la vida, ni imponerse por medio de la coacción y la violencia, en la práctica se convierte en un dominador de los hombres por medio de las manipulaciones económicas y políticas, convirtiéndolos en esclavos alucinados, siempre ansiosos y siempre insatisfechos de bienes de consumo, cuya apetencia les es estimulada por la oligarquía capitalista, para explotar sus vidas y su libertad, pues ante un clima social creado especialmente para ello, por medio de las modernas técnicas propagandísticas, la libertad real se convierte en patrimonio de unos pocos. 

Manuel Hedilla

viernes, 18 de diciembre de 2015

Ius Soli


Para lograr su máximo sueño de gobernar una masa global "ciudadanos del mundo" (es decir, los hombres intercambiables reducidos a sus roles de producción y consumo), el globalismo comerciante tiene que acabar con las cerraduras finales de la identidad, la principal es la nacionalidad basada en el "derecho de sangre" (ius sanguinis), es decir, el legado étnico-cultural de la nacionalidad. Este principio, que ha prevalecido en gran parte en Occidente y Asia hasta la emergencia de países nacidos de la inmigración (EE.UU., Australia, Canadá ...), es una regla general para la obtención de la ciudadanía por descendencia que sufre solamente excepciones limitadas en número y con sujeción a los procedimientos de contratación basado en la voluntad de la donante y la pertenencia a un conjunto de valores, normas y sobre la selección realizada por el país que está buscando la nacionalidad (pruebas de cultivo juramento, el lenguaje, el orden histórico, legal y social aceptado... etc).

Este diseño antiguo, que era como la del derecho romano original, se niega a reducir la ciudadanía a un mero trámite administrativo o un accidente geográfico de nacimiento, pero defiende una visión étnico-cultural-histórica de la misma. Está claro que es inaceptable para los partidarios de un mundo "liberal-libertario" sin fronteras y raíces, donde la figura central y mitificado es la "nómada" que vive donde quiere y como quiere. Por lo tanto, siempre que puede, es decir, en los últimos verdaderos países europeos "ius sanguinis", la oligarquía globalista busca reemplazar el principio hereditario de la nacionalidad, se presenta como una orden racista casi arcaica por el "derecho del suelo" (ius soli), un símbolo de la "modernidad y apertura", y es que todos los niños reciban automáticamente y desde el primer día de su vida la nacionalidad del país que lo vio nacer, que es ni que decir tiene que no hay voluntad, sin necesidad de ningún tipo, ni siquiera el de hablar el idioma del país en cuestión o para conocer, respetar y amar nada... Como tal, es particularmente "significante", ya sea con motivo de la llegada al poder del hombre de las manos de los bancos transnacionales, Mario Monti, que el debate sobre la sustitución del "derecho del suelo" al "derecho de sangre" fue revivido en Italia.

Mientras que el mercantilo-globalismo financiero es tan entusiasta para promover el "derecho del suelo" es que es muy posible, sin sentir vergüenza no seguir tolerando la existencia oficial de "naciones", que poblaciones fuertemente atadas, al menos simbólicamente (fútbol, ​​bandera, festivales nacionales, la gastronomía, el folclore ...), si es que no son más que cáscaras vacías que arruinaron la homogeneidad étnica y cultural y por lo tanto todos los detalles reales y todas las peculiaridades (así como la capacidad de movilización y de acción colectiva) en favor de un conjunto heterogéneo y anómico de individuos sin un pasado compartido ningún proyecto o cultura comunes. Para el "derecho del suelo" no es más que la negación de todo el contenido que no sea un contrato el concepto de nacionalidad e induce en última instancia como se vio en Francia, la transformación profunda e irreversible composición de la población y por lo tanto la misma cara de un país, su profunda estructura mental y la identidad.

Si el "derecho de suelo" podría justificarse políticamente y filosóficamente en el pasado en los entornos geográficos e históricos específicos, ya no es sostenible ni legitimable para cualquier persona unida a las raíces y la diversidad del mundo, en un tiempo de migración gigantesca, los desequilibrios económicos exponencial Norte/Sur y las identidades de los países europeos ya muy debilitado (aculturación, la americanización, el nihilismo ...) y por lo tanto no tienen más que un muy pequeño y muy limitada capacidad de integración .

Por lo tanto, el tiempo que la Italia de Dante, Garibaldi, Verdi, Visconti y Marinetti, que tiene la tasa de natalidad más baja del mundo, ella sobreviviría a la presión de la inmigración y el crecimiento rápido de la población que, a través de la magia el "derecho del suelo", todos los niños serían "italianos"? ¿Cuánto tiempo antes de que Italia se convierta en una sociedad fragmentada, un mosaico de comunidades sin la unidad o la coherencia conducente al caos social, la violencia y el individualismo desenfrenado?

Ante esta perspectiva, defender el derecho de la sangre, es obvio negar a las personas de origen extranjero beneficiarse de sus derechos sociales y políticos para vivir en buenas condiciones en el terreno de sus países de acogida y a participar en la vida comunitaria de los mismos. Esta categóricamente niega la automaticidad de la obtención de sus derechos, por simple hecho de nacer, lo ilimitado y la falta de control de éstos y la absoluta falta de diferenciación entre indígenas y recién llegados.

Defender el derecho de sangre es rechazar la mercantilización y la reducción puramente utilitario de la nacionalidad es defender el alma específica de las personas que fundaron la diversidad y, por tanto, la riqueza del mundo. Esta es una supervivencia de identidad, de lucha.

jueves, 17 de diciembre de 2015

Fuerza Indomable


Para todo pueblo de noble origen la cultura es la más luminosa de las armas de largo alcance, la cultura es más que un arma: es una fuerza indomable, como el derecho y la fe.

Gabriele D’Annunzio.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Tersa y tendida

 

Si nos plegásemos al gusto zafio y triste de lo que nos rodea, seríamos iguales a los demás. Lo que queremos es justamente lo contrario: hacer, por las buenas o por las malas, una España distinta de la de ahora, una España sin la roña y la confusión y la pereza de un pasado próximo; rítmica y clara, tersa y tendida hacia el afán de lo peligroso y lo difícil.

José Antonio Primo de Rivera.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Arrolladora inconsciencia


Hay una Historia oficial, que se escribe para los muchachos de las escuelas y, eventualmente, para el consumo del gran público, y hay, por supuesto, una Historia real, que no se escribe en libros de gran tirada, que incluso, a veces, no se escribe y que, en todo caso, hay que leer entre líneas o deducir del encadenamiento de los hechos, tal como se van produciendo, e independientemente de la “música” que los mass media ponen a tales hechos.

No deja de llamar la atención que mientras cualquier ciudadano de criterio, formación y talento medianos, admite sin ningún género de dudas que la publicidad puede no decir siempre la pura verdad, que los balances de una empresa comercial pueden estar arreglados; que las declaraciones de impuestos pueden contener alguna falacia por omisión; que una información comercial periodística puede ser, en realidad, un anuncio de pago camuflado; que en toda negociación o trato comercial no se dice necesariamente la pura verdad y que cualquier comerciante, cualquier profesional, incluso cualquier artista enmascara, cuando no desfigura deliberadamente la verdad en pro de sus intereses, ese mismo ciudadano, en cambio, acepta las verdades oficiales de la Historia de los libros de texto con sorprendente candor. Es sorprendente, pero es así.

La explicación fundamental de este insólito fenómeno de credulidad puede, tal vez, hallarse en la influencia de los aludidos mass media y en el lavado de cerebro a que someten al individuo disuelto en la masa Pero esta explicación, aunque básica, no es suficiente. Debe ser complementada con otra. Debe ser complementada, sencillamente, con la pereza mental, consubstancial con la mayoría de los seres humanos. Los hombres, en su gran mayoría, sólo se interesan realmente, prácticamente, en lo que les atañe directamente y de forma inmediata. No creen, o no quieren creer, que es peor, en nada trascendente. Se inclinan, por naturaleza, hacia la facilidad y ya Platón nos advertía que lo fácil suele ser enemigo de lo bueno. El llamado hombre de la calle profundiza, medianamente, en míseros negociejos de tres al cuarto, en cosas pedestres, de cada día, a las que él, con sonrisa de suficiencia, denomina “lo positivo”. Pero, con arrolladora inconsciencia, pasa por alto sucesos, hechos y circunstancias que van a determinar, no que gaste tanto o cuanto más, si no que siga existiendo como ser libre o incluso, como ser vivo.

Joaquín Bochaca.

martes, 8 de diciembre de 2015

Caetra íbera




De entre las diversas formas posibles de escudo, la circular es la que con más economía se adapta a un uso polivalente. Por ejemplo, el escudo en forma de lágrima o de cometa característico de la Alta Edad Media, protege muy bien a un jinete montado desde los hombros al tobillo sin estorbar la monta, pero es menos eficaz a pie y es más complejo de fabricar. El escudo rectangular grande protege más el cuerpo, sobre todo en una formación cerrada, pero resulta incómodo para combatir en guerrilla.

El oval pequeño, en cambio, no protege bien en formación. El escudo circular, entre los cincuenta y los setenta centímetros de diámetro, se adapta tanto a un uso en formación como en guerrilla, a pie o montado, aunque no sea el mejor de los posibles en cada uno de esos supuestos. El escudo circular fue el característico de la Península Ibérica durante todo el período ibérico y celtibérico. De hecho, su tradición se remonta a la Edad del Bronce, ya que las llamadas Estelas del Suroeste recogen representaciones de escudos circulares con una empuñadura central y, en algunos casos, como una serie de círculos concéntricos. Esta doble característica aparece también en uno de los más antiguos monumentos ibéricos conocidos con figuras humanas, el conjunto escultórico de Porcuna (Jaén), de mediados del s. V a.C. Probablemente se trata de una serie de discos de cuero de diferente diámetro encolados entre sí y apretados contra un molde para crear la concavidad central que permitía colocar una empuñadura sencilla. De este modo, la parte central del cuerpo del escudo es más gruesa, y el exterior más delgado, algo normal, cuya eficacia ha sido probada experimentalmente.

Los escudos representados en Porcuna tienen un diámetro similar al de los hombros de los guerreros, esto es, pueden estimarse en torno a los 45 cm. Llevan una correa sujeta a dos anillas móviles para colgar el arma del hombro durante la marcha o para enrollarla en torno a la muñeca en combate, como un fiador. Se empuñan mediante una manilla simple. En esto, la caetra se diferencia claramente del escudo hoplita griego, que se embrazaba. La diferencia es fundamental por dos razones: por un lado, el escudo embrazado reparte mejor el peso sobre el brazo, y es más adecuado para un escudo grande de hasta ocho kg de peso; por otro, para desprenderse de él hay que apoyarlo primero en el suelo, mientras que en el caso del escudo empuñado basta soltarlo.

De hecho, el escudo hoplita griego fue el único en todo el antiguo Mediterráneo que se embrazaba. Junto con los escudos de cuero existían otros de madera, decorados al exterior con grandes tachones de bronce repujado, láminas finas que no añaden apenas protección ni llegan al borde del escudo, pero que resultarían imponentes en manos de los aristócratas que los llevaban. Estas decoraciones aparecen en toda la Península desde el s. V a.C., tanto en la costa mediterránea como en la Meseta. En todo caso, el escudo de cuero era probablemente demasiado liviano y los de madera eran más utilizados, por lo menos desde el s. IV a.C., según muestran los arqueólogos. Aunque el cuerpo o alma de madera no se ha conservado, porque se quemaba en la pira funeraria de los guerreros, gracias al estudio de las manillas tenemos una idea bastante precisa de las características de la caetra. En el mundo ibérico, su diámetro oscilaba entre los cuarenta y los noventa cms. Las piezas meseteñas, probablemente, eran más pequeñas, en el rango de los 40-60 cm. A este respecto, Estrabón insiste en que los escudos de los lusitanos tenían dos pies de diámetro (unos sesenta cms.) y Diodoro afirma que los de los celtíberos eran en tamaño como los de los hoplitas griegos, esto es, entre 90 y 110 cm; en cambio, los de los lusitanos serían muy pequeños, según este último autor.

Insistimos en esto porque existe el mito de que la caetra era muy pequeña, a menudo poco mayor que un plato sopero. En realidad, los datos arqueológicos, literarios y buena parte de los iconográficos indican que el tamaño más habitual rondaba los 50-70 cm. El que algunos exvotos ibéricos representen escudos muy pequeños se debe más bien a problemas técnicos de fundición en el molde que a una representación realista de tamaños: en las pinturas sobre cerámica, por ejemplo, nunca son tan pequeños. La consecuencia directa de todo esto es que un escudo de 60 cm es tan útil para combatir en formación de batalla como en guerrilla, porque protege bien el torso. La superficie era normalmente plana (aunque hay casos de caetras cóncavas) y casi con seguridad cubierta de cuero o fieltro al exterior para proteger la madera de golpes que, en otro caso, la astillarían rápidamente. Por los remaches que unen las manillas metálicas al cuerpo, se ha podido saber que su grosor total oscilaba en torno a 15-20 mm en el centro y 10-12 mm en el borde. El peso del conjunto debía oscilar entre los 4-5 kgs.

Es también posible que algunos escudos circulares u ovales fueran de mimbre trenzado o de tendones, a juzgar por ciertas pinturas sobre cerámica y alguna referencia literaria, pero no hay ningún dato seguro. Por el interior la caetra ibérica llevaba una manilla de lámina de hierro con dos largas aletas triangulares para asegurar la sujeción de las planchas del escudo, y una empuñadura central. Esta manilla lleva además unas anillas móviles para el telamón o correa de suspensión, muy necesaria en las marchas. No se conserva prácticamente ningún ejemplo de umbo, es decir, de la pieza metálica que por el exterior protegía los nudillos del guerrero, así que debe suponerse que, en la mayoría de los casos, sería de madera. Los escudos ceitibéricos eran similares, aunque algo más pequeños de tamaño, y la manilla interior era mucho más sencilla, sin aletas. En cambio, se conocen muchos umbos de hierro de varios tipos. La decoración sobre cerámica muestra que los escudos estaban decorados al exterior y, al parecer, los motivos pintados eran siempre geométricos. En otros casos, el exterior debía tener piel poco curtida o conservando el pelo.

Las fuentes literarias, por ejemplo Tito Livio, nos indican que los diferentes pueblos eran reconocibles a distancia por sus insignias y sus armas, lo que implica probablemente que los motivos no eran meramente decorativos, sino que identificaban clanes o pueblos, pero se carece de claves suficientes para hacer una identificación. Otro de los mitos generalizados reza que el escudo oval o scutum era entre iberos o celtíberos tan común como el circular, como si fueran intercambiables. Parece, sin embargo, que la aparición de aquél es tardía, a partir del s. III a.C., y que siempre fue menos frecuente que la caetra, salvo en la zona ibérica catalana -cuyo armamento fue más galo que otra cosa- y quizá también entre los mercenarios de Aníbal.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Hijos de Roma


El papel de España –hija de Roma– en el Sur de Europa, ha sido siempre el de representar la idea romana cuando Roma por circunstancias históricas diversas no podía cumplir su eterna misión. Por tanto España ha sido grande en su historia cuando ha logrado complementar el mundo germánico, autoritario e imperial. Y España ha sido desgraciada cuando ha traicionado ese destino, entregándose al espíritu de «libertad».

Un día en que no se sentía ya Roma en España. Un día, en que, al sentirla yo de nuevo me pareció reanudar la historia más profunda e íntima del genio de nuestro pueblo.


Ernesto Giménez Caballero.

viernes, 27 de noviembre de 2015

¿Ser revolucionario?


¿Ser revolucionario?:

¡Cómo no serlo! Existir es desafiar todo lo que te amenaza. Ser rebelde no es acumular una biblioteca de libros subversivos o soñar con conspiraciones fantásticas o con echarse al monte. Es crear tu propia ley. Encontrar en ti lo que vale únicamente. Asegurarse de que nunca te “curarás” de tu juventud. Preferir alzar a todo el mundo contra los muros antes que permanecer tumbado. Tomar todo aquello que puede ser convertido en tu ley, sin preocuparse de las apariencias.





Dominiqe Venner

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Escritores malditos (III)


En un frío amanecer del 6 de febrero de 1945, el escritor, dramaturgo y periodista Robert Brasillach fue fusilado por orden del general Charles de Gaulle. Tenía 36 años. La acusación: colaboracionismo con los ocupantes alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Nacido en 1909 y de origen catalán, Brasillach integra el trío de escritores “malditos” junto con Louis Ferdinand Céline y Pierre Drieu la Rochelle.

Como ellos, no escapó a la revancha impiadosa que los vencedores –cuando son enanos de espíritu– reservan a los vencidos, cuando tienen estatura intelectual.

El primero revolucionó la literatura con su novela Viaje al fin de la noche y fue definido como “el profeta de la decadencia europea”. Exiliado, encarcelado en Dinamarca y condenado al ostracismo a su regreso a Francia, murió ejerciendo su profesión de médico en hospitales para pobres. Recién ahora se reeditan sus novelas, que –según los críticos– despliegan “anárquica expresividad”, “pesimismo radical” y “nihilismo deslumbrante”.

Drieu la Rochelle se adelantó al destino: se suicidó. Un tiempo antes, redactó notas premonitorias: “Cuando uno inicia una aventura es necesario llegar hasta el fin y sufrir todas sus consecuencias”. Y también: “No se es víctima cuando se es héroe”.

Los tres combatieron en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial. Brasillach quizá sea el menos conocido de este trágico terceto. Recién egresado de la carrera de Filosofía, publicó libros de teatro y poesía. Junto con su cuñado –Maurice Bardèche, profesor y crítico de literatura– redactó una voluminosa Historia del cine (1935), cuando ambos tenían 26 años, y una Historia de la guerra de España (1939), una de las primeras sobre el enfrentamiento civil.

No había cumplido tres décadas de vida cuando Brasillach ya era editor de la sección literaria del diario Action Française, del nacionalista monárquico ultracatólico Charles Maurras. Luego, se une al diario nacionalista Je suis Partout, en el que también colaboran los jóvenes Céline y Drieu la Rochelle.


En 1936, el Frente Popular –una coalición de socialistas, comunistas y liberales– ganó las elecciones y el director de Je suis Partout, atemorizado por la posibilidad de represalias, renunció. La veintena de jóvenes redactores creó al año siguiente una cooperativa, caso excepcional en la prensa de ese tiempo, a la que denominaron “el soviet”, y eligieron director a Brasillach.

La publicación se convirtió en portavoz del fascismo internacional. Los seguidores italianos de Mussolini, los falangistas españoles y la Guardia de Hierro rumana, por ejemplo, tuvieron más espacio en Je suis partout que en los periódicos de sus propios países. Brasillach apunta sus dardos contra a los siete “poderes internacionales que dominan el mundo”: el comunismo, la socialdemocracia, la Iglesia católica, el protestantismo, la masonería, los trusts económicos y el judaísmo. Louis Ferdinand Céline también publicó textos contra los judíos.

En 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial y, paradójicamente, muchos de los miembros de Je suis partout se alistaron en el ejército para combatir a los alemanes. Por el momento, el patriotismo puede más; después, todo cambia. Brasillach se enroló en 1940, cayó prisionero y fue enviado a un campo de concentración. Salió en libertad en marzo de 1941.

En junio de ese año, publicó Journal d' un homme occupé, en el que afirmaba: “Esta guerra tiene que tener un sentido. Lo tiene para Alemania. Lo va a tener para Europa. Lo tendrá también, debe tenerlo, para nosotros”. Bajo la ocupación alemana, Je suis partout editó 300 mil ejemplares.

Brasillach abandonó la dirección del periódico en agosto de 1943. Un año más tarde, las fuerzas aliadas entraron a París y la publicación dejó de salir. Sus redactores fueron capturados. Unos murieron fusilados y otros terminaron condenados a trabajos forzados. Algunos lograron refugiarse en la España franquista.

El escritor se entregó voluntariamente porque la Resistencia Francesa detuvo a su madre y su hermana. El 19 de enero de 1945, comenzó el juicio: no hubo etapa de instrucción, se efectuó un único interrogatorio y, como piezas acusatorias, se exhibieron sus artículos. El jurado lo condenó a muerte.

La novelista Simone de Beauvoir siguió de cerca el juicio a Brasillach y consideró que fue “un juzgamiento simbólico, no judicial”. Casi todos los intelectuales franceses antinazis enviaron al general Charles de Gaulle –sin éxito– una solicitud de clemencia: Albert Camus, Jean Cocteau, André Malraux, François Mauriac, Paul Valéry...

Brasillach transformó la espera del pelotón de fusilamiento en horas fecundas. Redactó Cartas escritas en prisión y Poemas de Fresnes, considerado su testamento literario. En cierta forma, recuerda al periodista Julius Fucik, patriota checoslovaco ejecutado por la Gestapo el 8 de septiembre de 1943 y autor del conmovedor Reportaje al pie del patíbulo, traducido a ochenta idiomas. Separados por idioma, geografía e ideología, uno y otro escriben en sus celdas mientras esperan la muerte. Y por extraña coincidencia ambos convocan a la alegría.
El 9 de junio de 1943, Fucik traza las últimas líneas de su manuscrito: “Y lo repito una vez más: por la alegría hemos vivido, por la alegría hemos ido al combate, por la alegría morimos. Que la tristeza nunca sea asociada mi nombre”.

“Encerrado entre cuatro muros de cemento y sin más esperanza que la de morir bien”, como lo describe el dramaturgo Jean Anouilh, Brasillach redacta párrafos como los que siguen: “No pierdas la sonrisa ni siquiera cuando te vayan a ejecutar. La vida es una broma de mal gusto; en vez de centrarte en el «mal gusto», céntrate en la «broma». Si buscas justicia en vez de tranquilidad en este mundo democrático, suicídate. Para vivir hoy hay que saber reírse de la estúpida realidad”.

Robert Brasillach es autor de Presencia de Virgilio (1931), El proceso a Juana de Arco (1932), El hijo de la noche (1934), Los cadetes del Alcázar (1936), Los siete colores (1939), La conquistadora (1943) y Poemas (1944). Luego de su muerte se publicaron Carta a un soldado de la clase 60 (1946), Antología de la poesía griega (1950), Berenice (1954), El París de Balzac (1984) y Hugo y el snobismo revolucionario (1985). Años más tarde, en su libro The Collaborator, la historiadora inglesa Alice Kaplan lo calificará como “el James Dean del fascismo francés”.

En los últimos años muchos críticos literarios “descubrieron”, tardíamente, que Brasillach fue puesto de espaldas al paredón de fusilamiento por su filosa capacidad intelectual más que por sus “crímenes de guerra”. Lo cierto es que no cometió ninguno: no delató, no torturó, no asesinó a nadie. Sus principales armas fueron la palabra y la escritura.

En un artículo titulado, precisamente, “El James Dean del fascismo francés”, el periodista y escritor mexicano José Luis Durán King se pregunta: “¿Por qué un escritor fue culpado por lo que ocurrió en Francia entre los años 1940 y 1945? ¿Por qué este escritor y no los otros? ¿Cuándo las palabras son al mismo tiempo nociones y acciones? ¿Merecía Brasillach morir por sus palabras?”. Y más adelante responde: “Es difícil aceptar sin perder el aplomo que alguien merezca ser enviado al cadalso por sus discursos”. Y quizá es por eso que Durán King recuerda que “sólo en Francia –se rumoraba en aquella época– el mal uso de las palabras puede conducir a la picota”.

Uno de los versos del tango “La última curda” (letra de Cátulo Castillo y música de Aníbal Troilo, 1956) dice que “la vida es una herida absurda”. Buen epitafio para este filósofo, dramaturgo y poeta cuyo “crimen” –literalmente imperdonable– fue pensar diferente.




Giselle Dexter y Roberto Bardini

martes, 24 de noviembre de 2015

Escritores malditos (II)


“Yo era débil, profundamente débil. Hijo de pequeños burgueses atemorizados, pusilánimes. En mi infancia soñaba con una vida sosegada, confinada. He tenido siempre miedo de todo”, narra Pierre Drieu la Rochelle, nacido en 1893.
Novelista, cuentista, poeta, ensayista y crítico, está convencido de que “hay una inmensa burguesía que lo absorbe todo y que engulle a los aristócratas, los campesinos, los obreros: la burguesía, instrumento de la democracia, ese inmenso pantano pútrido fuera del cual ya no se encuentra nada”. Y también considera: “La extrema civilización engendra la extrema barbarie”.

El joven que tenía “miedo de todo”, combate con valor en la Primera Guerra Mundial; así lo demuestran sus heridas y condecoraciones. Al regresar de ese frente de batalla descrito magistralmente –desde distintas perspectivas– por su compatriota Louis Ferninand Céline en Viaje al fin de la noche y por el alemán Ernst Jünger en Tempestades de acero, Drieu la Rochelle se acerca a la Acción Francesa. Pero a diferencia de la mayor parte de los intelectuales fascistas franceses, él sólo tiene esporádicos contactos con el grupo de Charles Maurras. Prefiere las relaciones con artistas surrealistas y simpatizantes del comunismo, como Louis Aragón y André Breton. Y a pesar de su declarado racismo, muchos de sus amigos son judíos a los que protege.

Entre sus primeros ensayos políticos se cuentan El joven europeo (1927), Ginebra o Moscú (1928), Europa contra las patrias (1931) y Socialismo fascista (1934). Sus creaciones literarias incluyen El hombre cubierto de mujeres, Gilles, Estado civil, Agente doble, Diario de un hombre engañado, El hombre a caballo, Una mujer en la ventana, Relato secreto, El fuego fatuo y Exordio, además de Memorias de Dirk Raspe y Diarios, que no alcanzó a terminar.

En uno de aquellos enfrentamientos de trinchera a trinchera, Drieu intercambió balazos con Jünger, entonces joven teniente alemán, muchas más veces herido y condecorado. Ambos se enterarán del episodio después y reconstruirán el hecho, en conversación de caballeros en París, en tiempos de ocupación militar y colaboracionismo civil. Durante la Segunda Guerra, Jünger vestirá nuevamente uniforme, esta vez con el grado de oficial superior. Aplacados sus ímpetus guerreros, el autor de Tempestades de acero preferirá –antes que aburridas reuniones con sus rígidos camaradas de armas– las cultas tertulias en las que se charla de historia, literatura y poesía. Drieu la Rochelle, Luis Ferdinand Céline y Robert Brasillach serán sus interlocutores preferidos.

Drieu relata experiencias que resultan interesantes para Jünger. El ex combatiente francés visitó Argentina en 1933, donde dio conferencias en el aristocrático Jockey Club, conoció a Jorge Luis Borges –otro escritor contradictorio y torturado– y se convirtió en uno de los primeros críticos en reconocer su talento. En agosto de ese año publicó un elogioso comentario sobre la erudición del escritor argentino –que entonces tenía 33 años– en la revista Megáfono, en el que declara que Borges vaut le voyage (“Borges vale el viaje”). Pero su relación más intensa en Buenos Aires fue con Victoria Ocampo, directora durante cuarenta años de la revista cultural Sur.

Hermosa, inteligente y culta, Victoria Ocampo (1890-1979), fue la primera de seis hijas de un matrimonio de la clase alta argentina. Educada desde niña por una institutriz francesa y otra inglesa, practicó esos idiomas en las largas estadías familiares en Europa y los dominó perfectamente. Su padre acostumbraba a viajar con dos vacas en el barco, para que las hijas bebieran leche fresca en el largo viaje a través del Atlántico. En una aristocrática familia de fines del siglo XIX, la vida de una joven estaba tradicionalmente reglamentada. Su destino estaba escrito en manuales de buenas maneras, repetido en costumbres de época; naipes descubiertos que no dejaban lugar al azar ni a lo imprevisto. Victoria rompió todas las reglas de la época y, a pesar de su conservadurismo, fue “vanguardista”. Carina Blixen escribe En “La vaca más hermosa de la Pampa” (El País, Montevideo, primero de noviembre de 2002):


Pierre Drieu La Rochelle, a quien Victoria conoció en París en 1929, escritor conflictivo que apoyará la ocupación nazi en Francia y que pondrá fin a su vida cuando la liberación de París, fue su amante. La llama su “hermosa novilla”, en culta referencia a Homero, o “la vaca más hermosa de la pampa”. La ironía forma parte de la irreverencia del trato amoroso, pero no oculta la puesta en lugar. Drieu, torturado y sagaz, a quien Borges recuerda como “muy inteligente”, también se consideraba la “distracción de Madame Ocampo”.

Los colaboradores más asiduos de Sur fueron Adolfo Bioy Casares, Eduardo Mallea, Gabriela Mistral, Octavio Paz, Alfonso Reyes y el mismo Borges. En sus páginas se publicaron –en muchos casos por primera vez para lectores argentinos, hispanoamericanos e incluso españoles– excelentes traducciones de autores extranjeros, como Albert Camus, T. S. Eliot, William Faulkner, Graham Greene, Aldous Huxley, William Joyce, Carl Jung, André Malraux, Alberto Moravia, Dylan Thomas y Virginia Woolf. Sur también dejó testimonio de los tiempos, tensiones y antagonismos que le tocó vivir durante cuatro décadas: liberalismo-totalitarismo, universalismo-nacionalismo, elitismo-populismo. El escritor argentino Ricardo Güiraldes era dueño de lo que en Argentina se conoce como “estancia”, una gran extensión de tierra dedicada fundamentalmente a la ganadería. Se llamaba La porteña y estaba ubicada en San Antonio de Areco, al norte de la provincia de Buenos Aires. El capataz era Segundo Ramírez Sombra, un gaucho de la provincia de Santa Fe, al que Güiraldes tomó como modelo para la novela campestre Don Segundo Sombra. Según Borges, “con buen sentido literario, omitió el Ramírez que no dice nada y así quedó Don Segundo Sombra. Que está muy bien, porque Segundo presupone un primero y Sombra presupone una forma que la proyecta”. El personaje se hizo famoso, y Güiraldes llevó a su campo a Drieu La Rochelle y otros escritores, como José Ortega y Gasset, para que lo conocieran.

Al año siguiente de su visita a Argentina, ya de regreso en París, Drieu participa en los disturbios callejeros –e intento de golpe de Estado­– en protesta por el “caso Stavisky”, un escándalo de corrupción que compromete al gobierno. Francia está sumergida en un pantano político, social y, si se hurga un poco más, también ético. El régimen está totalmente desacreditado (de 1933 a 1940 se suceden 15 gobiernos). El sistema constitucional es débil; el Parlamento, ineficaz. El poder es apenas formal: carece de prestigio y autoridad moral. La gota que derrama el vaso es la revelación de que algunos banqueros sobornan a políticos y funcionarios.

Entre ellos se encuentra uno de origen judío: Serge Alexander Stavisky. Se descubre que este hombre de negocios reparte dinero a conservadores, liberales y socialistas, a representantes de la burguesía y la policía. En enero de 1934, Stavisky se suicida –muy misteriosamente– en la cárcel de Bayona. Del 6 al 9 de febrero, nacionalistas y comunistas salen a protestar violentamente en las calles. A partir de esos hechos, Drieu considera que es posible generar un nacionalismo con banderas sociales y revolucionarias, un nuevo movimiento distante de la calcificada, reumática y prostática Acción Francesa dirigida por el monárquico Charles Maurras. Ese año, Drieu publica Socialismo fascista.

Acerca de las ideas políticas de los escritores colaboracionistas, un “Frente Antisistema” virtual que divulga estudios sobre el fascismo en Internet, cita a un tal M. Paltier, quien razona: “Tres hombres tan distintos el uno del otro como Drieu, Céline o Brasillach, ¿pueden «comulgar» en un mismo altar? Dentro de esta generación, Drieu representa sin duda el papel de «fascista de izquierda»”.

“La oposición al capitalismo fue el primero de todos sus temas. La idea de una federación de estados europeos, el segundo”, puntualiza Alistair Hamilton en La ilusión del fascismo. El historiador alemán Ernst Nolte, alumno de Heidegger y autor de La disputa de los historiadores, afirma que los fascistas franceses figuran entre los pocos que renovaron las doctrinas desarrolladas en esa época desde Italia o Alemania. Armin Mohler, secretario particular de Ernst Jünger hasta 1953 y autor de La revolución conservadora en Alemania - 1918-1932, cataloga a Drieu como “la más importante figura de la generación fascista” francesa.

Como Céline, casi al final de la guerra Drieu también reflexiona amarga y autocríticamente sobre los errores que cometió el fascismo y que lo arrastraron a la derrota. Según él, son tres: llevó la guerra en forma clásica en lugar de hacerlo como “guerra revolucionaria”, frenó la “revolución social” y no supo construir el “europeismo”.

En 1944 escribe acerca del nacionalsocialismo: “Esta revolución no fue llevada hasta sus últimas consecuencias en ningún campo (...). Ha respetado en medida exagerada al personal del régimen capitalista y de la Reichswher [el ejército alemán tradicional]. Se ha demostrado incapaz de transformar una guerra de conquista en una guerra revolucionaria”. ¿De estas afirmaciones se desprende que los que traicionaron a Hitler fueron los generales convencionales, los empresarios, los industriales y los operadores financieros, los mismos enemigos –a final de cuentas– del marxismo o las corrientes populares en cualquier país del mundo? “La incapacidad alemana, la incapacidad fascista, es incapacidad europea”, se lamenta Drieu.

En un portal de Internet llamado Línea de sombra, Fernando Márquez, su creador, dice que Drieu tuvo “el alma de un burgués en rebeldía contra sí mismo” y fue “un antihéroe con ínfulas de titán que se agitaba marcado por un destino trágico”. Medida de Francia , uno de sus primeros ensayos, contiene profecías casi alucinantes. Muchas de ellas podrían haber sido escritas hoy mismo, describiendo el final del siglo XX: “Europa se federará, o se devorará o será devorada (...). Ya no hay más que categorías económicas, sin distinciones espirituales, sin diferencias en las costumbres (...). Ya no hay más que «modernos», gentes en los negocios, gentes con beneficio o con salario, que sólo piensan en eso y que no discuten más que de eso. Todos carecen de pasiones, son presa de los vicios correspondientes (...); se pasean satisfechos por el universo de baratija en que se ha convertido el mundo moderno, donde muy pronto no penetrará ningún brillo espiritual”. Fernando Márquez afirma:


Drieu acabó por dar el salto hacia adelante, asumiendo una dinámica totalmente rupturista, abandonando lastres mundanos en pulsión ascética. Abrazado a la ilusión de una izquierda arraigada, ecológica, con tierra, con sangre, con memoria, creyó encontrar esa izquierda hipotética en el fascismo (“Hay que ser fascista, porque el fascismo es la única forma de comunismo que pueden asimilar las nacioncitas envejecidas de Occidente”, frase no exenta de miga si pensamos en cómo nunca ha triunfado en Europa Occidental un régimen comunista, en contraste con la Europa del Este).

Cuando relata su participación en las protestas por el caso Stavisky, en febrero de 1934, en las que se movilizaron activistas del Partido Comunista y grupos nacionalistas, Drieu parece bastante alejado del fascismo: “Comunistas, patriotas, no es lo mismo... Y, sin embargo, estaban muy cerca los unos de los otros. En determinado momento, a eso de las diez del martes, en la rue Royale, la multitud que se precipitaba hacia la plaza de la Concordia para sufrir la gran descarga de las once cantaba lo mismo La Marsellesa que La Internacional. Me habría gustado que aquel momento durara siempre (...). Ahora me juntaré con cualquiera que eche este régimen al suelo, con cualquiera, con cualquier condición”. En la novela Gilles, Drieu escribe: “ Nada se hace sino en la sangre. Hay que morir sin cesar para renacer sin cesar”. En Estado civil, memorias de infancia, recuerda: “Cada noche, durante años, esperaba encontrarme al día siguiente distinto de como me había acostado, impaciente con el yugo de mi debilidad, resuelto por fin a ejercer el maravilloso poder de la voluntad”. Y en el cuento Agente doble desafía: “En fin, matadme, soy eterno”. Dedica un texto al suicidio, Relato secreto: “No creía en absoluto, al matarme, hallarme en contradicción con la idea de inmortalidad que siempre había sentido viva en mí”.

Fernando Márquez también menciona el “período judío” de Drieu en los agitados años 20: esposa judía, amantes judías, amigos judíos de la alta y media burguesía. Y cita al crítico Bernard Frank, colaborador de Le Nouvel Observateur , autor de artículos sobre Jean Paul Sartre y André Malraux: “Drieu forma parte de esa familia espiritual que podríamos llamar «enjudiados». Tienen relaciones bastante especiales con los judíos, casi carnales. Drieu tuvo una mujer judía y un montón de amigos judíos. Probablemente se sentía bien con ellos. Y viceversa. Tenían en común ese gusto por charlas metafísicas y de dinero”. Por eso su posterior antijudaísmo resulta tan perturbador: contradice el dicho acerca de que “el antijudío odia lo que no conoce”. Pero “hasta su antijudaísmo es heterodoxo respecto al de otros fascistas”, observa Márquez:

“Lo que menos me gusta de los judíos es que son burgueses y transforman en burgués todo aquello que tocan”. Y que hace, del Drieu visto a sí mismo (con disgusto) como judío honorario, émulo anímico de tantos judíos auténticos que, hoy como ayer, critican y han criticado frontalmente su estereotipo social. [Como el cantante] Leonard Cohen estudioso de la Cábala y alérgico al Talmud, profundamente crítico con los desmanes sionistas y cuyo detonante para lanzarse a interpretar sus propias canciones fue la teutónica Nico (...) o Noam Chomsky, responsable de la frase más dura dicha jamás sobre el destino final del estado israelí: “Ganarán todas las batallas, menos la última”.

Durante la ocupación alemana, Drieu es “colaborador y resistente a la vez”, dice Márquez. Recuerda a los olvidadizos que, como director de la Nouvelle Revue Francaise, se atrevió a convertirse en “paraguas protector de escritores desafectos y de origen judío”. El propio Drieu relata, como si se encogiera de hombros: “Los amigos judíos que he ocultado están en la cárcel o han huido. Me ocupo de ellos y les hago algún que otro favor. No veo contradicción alguna en ello. Acaso la contradicción de los sentimientos individuales y de las ideas generales es el principio mismo de toda humanidad. Se es humano en la medida en que le hacemos trampas a nuestros dogmas”. Y algo más para tomar en cuenta:

Sus artículos cada vez más críticos contra el Reich, que le harán objeto de amenazas de muerte por parte de las autoridades alemanas: “Ha escrito usted un artículo a sabiendas de que no iba a salir. No es la primera vez. Quizá pretende usted que le fusilemos. Si continúa enviando artículos de este tipo, no sólo le fusilaremos a usted, sino a toda la redacción del periódico”. Su stalinismo de los últimos tiempos: “Lenin y Stalin se parecen más a la crudeza de Nietzsche que Hitler” (...). El texto Exordio, pensado para ser leído ante un tribunal que lo juzgase: “Sí, soy un traidor. Sí, he estado en inteligencia con el enemigo. Yo aporté al enemigo la inteligencia francesa. Si ese enemigo no fue inteligente, no es culpa mía. Sí, yo no soy un patriota corriente, un nacionalista cerrado: soy un internacionalista. No sólo soy un francés, soy un europeo. Vosotros también lo sois, lo sepáis o no. Pero hemos jugado y he perdido yo. Reclamo la muerte”. (...) Vivió hasta el final su condición de “agente doble” (...): “Siempre me ha gustado juntar y mezclar los problemas contradictorios: nación y Europa, socialismo y aristocracia, libertad y autoridad, misticismo y anticlericalismo”.

“Creo en el comunismo”, finalmente En agosto de 1944, Drieu intenta suicidarse dos veces: la primera, con luminal; la segunda, ya en el hospital, cortándose las venas. Fiel a sí mismo, había escrito: “Me gustaría formar parte de la cofradía de los suicidas. Finalmente, es una noble cofradía”. Luego de esas dos tentativas, escribe los últimos párrafos de sus Diarios. No consigue concluir las Memorias de Dirk Raspe, pero deja en claro que “la política me interesa poco porque creo que el destino ya está trazado”. Y confiesa sin una pizca de lamentación: “Nunca volveré a encontrarme en el estado maravilloso en que viví los últimos meses antes del suicidio. Yo, que estaba tan poco versado en cuestiones de mística, encontré un método bastante bueno para un ascetismo brutal”.

En sus Diarios especula: “Moriré a manos de los comunistas, prefiero que me maten ellos en lugar de los milicianos gaullistas. Pero creo en el comunismo, y me doy cuenta muy tarde de la insuficiencia del fascismo. Por lo demás, consideraba el fascismo sólo como una etapa hacia el comunismo. Pero es imposible convertirse en comunista: en la práctica, se opone a ello mi esencia burguesa”.

Pero no lo matan ni los comunistas ni los gaullistas, quienes hubieran competido por ejecutarlo gustosamente. Él mismo se les adelanta a unos y a otros. La tercera es la vencida: un día de marzo de 1945, Pierre Drieu la Rochelle traga el contenido de tres tubos de somníferos y, por si acaso, respira todo el gas que puede en la cocina. Un tiempo antes, ha escrito: “Cuando uno inicia una aventura es necesario llegar hasta el fin y sufrir todas sus consecuencias”. Y también: “No se es víctima cuando se es héroe”. Tiene 45 años. 




Giselle Dexter y Roberto Bardini

Escritores malditos (I)


«Rencorosos, dóciles, violados, robados, con las tripas fuera y siempre jodidos (...) Hemos nacidos fieles y así morimos».

El autor de esta frase es un médico, físico y viajero francés a quien nadie conoce por su verdadero apellido: Destouches. En cambio, los ambientes literarios y culturales de todo el mundo reconocen su talento magistral como escritor bajo el nombre que eligió para entrar -sin saberlo, entonces- por la puerta grande de la literatura: Louis Ferdinand Céline (1884-1961). La frase citada pertenece, precisamente, a la obra que lo consagró internacionalmente: Viaje al fin de la noche. Céline sucumbió, junto con un grupo de jóvenes y talentosos intelectuales franceses, a lo que Benito Mussolini llamó «la tentación fascista», en el período que va de la Primera a la Segunda Guerra mundiales. Este «pecado», con variantes, también se dio en Bélgica, Holanda, Noruega, Finlandia, Croacia, Polonia y Hungría. Ninguno de estos países, sin embargo, contó con una congregación de autores tan brillante, trágica y malograda como la de Francia. Entre sus principales exponentes figuran, entre otros, Pierre Drieu la Rochelle y Robert Brasillach. A todos ellos se les aplicó, según los casos, la ley del «encierro, destierro o entierro»; todos ellos recibieron el despectivo apodo de colabos, es decir colaboracionistas» con el enemigo.

Una intelectual italiana antifascista y feminista, María Antonietta Machiochi, define a Céline como «el más genial de los escritores nazifascistas». A muchos historiadores, literatos y críticos les resulta muy difícil digerir esta doble realidad que incluye el reconocimiento a su genialidad como escritor y su identidad «políticamente incorrecta». Y, por si fuera poco, hay que agregar una faceta más: su rabioso antijudaísmo.

Lo cierto es que no existe polémica acerca de su talento. Casi todos los prólogos a sus obras incluyen -junto con el repudio a su elección ideológica- las alabanzas al estilo literario: «escritura hablada», «anárquica expresividad», «grafía desquiciada». Entre las etiquetas también hay que incluir «absoluto cinismo», «pesimismo radical», «nihilismo deslumbrante». Sus admiradores políticos, incluso, lo llaman «el profeta de la decadencia europea»... Y se podría continuar.

Uno de sus adversarios políticos, Jean Paul Sartre, quien antes de convertirse en filósofo existencialista había sido simpatizante comunista, escribe en 1946: «Tal vez Céline sea el único que permanezca de todos nosotros». Etienne Lalou, novelista, cronista de L’Express y productor de radio y televisión, dice: «Céline ha restituido al francés hablado sus títulos de nobleza y, sin él, una parte de la literatura moderna no sería lo que es». Lalou, un creador distante del nazismo y el fascismo, lo llama «uno de los gigantes de nuestra época».

Céline es voluntario en la Primera Guerra Mundial, de la que regresa con el 75 por ciento de su cuerpo mutilado. Al terminar el conflicto, comienza a estudiar medicina. Egresa en 1924, con una tesis sobre el médico húngaro Felipe Ignacio Semmelweis (1818-1865), a quien un colega contemporáneo definió como «un poeta de la bondad». Esa tesis se convertirá en 1937 en Semmelweis, una bella biografía sobre el investigador que luchó contra la fiebre puerperal hasta el último día de su vida. En la nota preliminar de este libro, el novelista español Juan García Hortelano (1928-1992) escribe:


«La agresividad, componente indispensable de la obra maestra, alcanza en Céline al universo entero y verdadero. En el caos, el asesinato, la injusticia, el terror y la debilidad juegan la partida; el que pueda envidar, gana; sólo perderán los débiles, para quienes la opción se limita a la fuga o la muerte. Céline, en absoluto partidario del suicidio, es el primer escapista que, refractario a la mentira, no huye. Tampoco se apiada (...). Destruye el mundo, minuciosamente (...), con el arma que supo manejar. Céline es un lenguaje nuevo. Del francés hablado, mal hablado, destiló un sistema de ruptura de la lengua, en el que reside toda su gloria».

Recién recibido de médico, Céline se alista en la marina. De 1924 a 1928 integra misiones de la Sociedad de Naciones (antecesora de la ONU) en África y Estados Unidos. Por su cuenta, visita la Unión Soviética. Al regreso a Francia, trabaja en una clínica estatal en Clichy, un suburbio al norte de París, donde prácticamente sólo atiende a pobres. En 1940, se presenta nuevamente al ejército como voluntario pero es rechazado por las secuelas de sus heridas anteriores.

Su obra incluye los siguientes títulos: Viaje al fin de la noche (1932), Muerte a crédito (1936), Mea Culpa (publicado luego de su regreso de la Unión Soviética, 1936), Bagatelles pour un massacre (1937), L'école des cadavres (1938), Les Beaux Draps (1941), Guignol's Band (1943), Casse Pipe (1949), Feerie pour une autre fois (1952), De un castillo a otro (1957), Norte (1960) y Rigodon, publicada después de su muerte.

Con Viaje al fin de la noche gana el premio Renaudout. Ferdinand Bardamu, el protagonista de la novela, es un héroe desilusionado y castigado que vive experiencias extremas, siempre al borde del abismo: herido en la Primera Guerra, enamorado de una prostituta sin futuro, víctima de un trabajo embrutecedor en las colonias francesas en África, perseguidor del «sueño americano» -que no se parece al del publicitado mito- y de nuevo en Francia como médico rural de campesinos miserables.

Las reflexiones de Viaje al fin de la noche sobre la condición humana son amargas. Robert Saladrigas escribe en «Céline, el recluso de Dinamarca» (La Vanguardia, Cataluña, 24 de julio de 2002): «Novela única, irreductible, salvaje; un sólido monumento literario contra el que nada han podido el tiempo, los tifones de la historia ni la aberrante ideología de quien la escribió con un talento que desborda cualquier esquema en el que se pretenda encajarla. Es difícil no pensar en una poderosísima creación de la naturaleza que resulta literalmente abrumadora». En Viaje al fin de la noche se lee:

«Los hombres se aferran a sus cochinos recuerdos, a todas sus desgracias, y no se les puede sacar de ahí. Con eso ocupan el alma. Se vengan de la injusticia de su presente revolviendo en su interior la mierda del porvenir. Justos y cobardes que son todos, en el fondo. Es su naturaleza. (...) Os lo digo, infelices, jodidos de la vida, vencidos, desollados, siempre empapados de sudor; os lo advierto: cuando los grandes de este mundo empiezan a amarlos es porque van a convertirlos en carne de cañón».

En Bagatelles pour un massacre, Céline afirma que «Francia es una colonia del poder internacional judío» y dice que le gustaría aliarse con Hitler. «Él no ha dicho nada contra los bretones o los flamencos. Nada de nada. Sólo se ha referido a los judíos, porque no le gustan los judíos. Tampoco a mí». Luego agrega: «Digo con toda franqueza lo que pienso: preferiría tener una docena de Hitlers que un Blum omnipotente. Al menos, puedo entender a Hitler».

[León Blum (1872-1950), dirigente del Partido Socialista Francés, fue miembro de la cámara de representantes desde 1919 hasta 1928 y desde 1929 hasta 1940. En los años 30 integró el Frente Popular, una coalición de partidos izquierdistas que obtuvo la mayoría en la cámara en 1936. Blum accedió al cargo de primer ministro y adoptó una política de no intervención ante la explosiva situación europea pero, contradictoriamente, aumentó el presupuesto armamentista. A mediados de 1937, solicitó poderes extraordinarios pero les fueron denegados por el Senado y dimitió. En marzo de 1938, durante otra crisis de gobierno se le pidió nuevamente que ocupara el cargo de primer ministro y presidió una segunda legislatura que sólo duró un mes].

Robert Brasillach comenta acerca de Bagatelles pour un massacre: «El antisemitismo instintivo halló su profeta en Louis Ferdinand Céline». La cuestión reaparece en L'Ecole des cadavres: «Personalmente encuentro a Hitler o a Mussolini, admirablemente magnánimos, infinitamente más a mi gusto, destacados pacifistas, en una palabra, dignos de 250 premios Nobel», escribe Céline. Y asegura: «Quien más ha hecho en favor de los obreros no ha sido Stalin, sino Hitler».

En Les Beaux Draps critica a la burguesía, impulsa medidas sociales, propone un salario único. Recomienda nacionalizar los bancos, la produccion minera, los ferrocarriles, las compañías de seguros y los grandes almacenes, así como la industria pesada en general. El libro es tan virulento que el propio régimen colaboracionista de Vichy, pro nazi, no lo tolera y prohíbe la distribución. La crítica a la burguesía es una característica de toda su obra; por ese motivo muchos izquierdistas lo leen y, en cierta forma, lo admiran. Otros, lo consideran, en el fondo, más anarquista que fascista.

Después de la caída del régimen de Vichy, la vida de Céline será una sucesión de sufrimientos que parecen copiados de sus propias novelas. Y parece confirmarse que la vida imita al arte hasta en sus aspectos más desgarradores.

Radio Londres, portavoz de la Resistencia Francesa, ofrece una recompensa por su captura, vivo o muerto. En 1944, Céline se retira de Francia junto con las tropas alemanas. Hace una escala en Alemania, donde paradójicamente sus libros están prohibidos. De ahí, busca refugio en la neutral Dinamarca. El Consejo Nacional de los Escritores, vinculado con la Resistencia, divulga una «lista negra» con doce autores colaboracionistas; él, desde luego, es uno de ellos. Entre los escritores denunciantes se encuentran muchos envidiosos del talento del «profeta de la decadencia», que no pueden tolerar el éxito de Viaje al fin de la noche.

En septiembre de 1945, un juez le dicta orden de arresto por «traición a la patria». Poco después, una denuncia anónima informa a la embajada francesa en Copenhague que el fugitivo se encuentra en esa ciudad. El 17 de diciembre de 1945, Céline es encarcelado. El novelista permanecerá en una celda de la severa prisión de Vestre Faengsel durante 16 agónicos meses. Entre otros vejámenes, sus carceleros lo mantienen sin calefacción en pleno invierno danés. Hay que tomar en cuenta que había quedado mutilado después de la Primera Guerra; además, estaba enfermo y se le agravaron sus dolencias hasta límites insoportables: enteritis, pelagra y reumatismo. Céline sale en libertad el 24 de junio de 1947, sin cargos, con 40 kilos menos.

El juicio al escritor «maldito» se lleva a cabo el 21 de febrero de 1950, en París, en ausencia de acusado y de un abogado defensor; lo condenan a un año de prisión, pena inferior a la cumplida con carácter preventivo en Dinamarca. Puede regresar a Francia recién el primero de julio de 1951. A seis años de terminada la guerra, toda su obra ha sido destruida.

Céline se establece con su mujer y decenas de gatos y perros en Meudon, cerca de París. En 1953 abre un consultorio médico para atender a personas sin recursos. Se hace imprimir tarjetas de presentación en las que se lee: «Louis Ferdinand Céline - Ave del paraíso». Recibe siete u ocho cartas diarias con insultos y amenazas; y otras tantas llenas de admiración y elogios. Unas y otras lo tienen sin cuidado. Escribe: «Anarquista soy, he sido, sigo siendo. ¡Y me traen sin cuidado las opiniones!»

Poco a poco, Céline recupera el prestigio literario que, a pesar de todo, le pertenece. Pero el sistema se lo devuelve a regañadientes, haciendo constar siempre que había sido -y continuaba siendo- un «maldito». En 1953, la editorial Gallimard edita nuevamente sus libros. De la larga lista de sus obras, cuatro continúan prohibidas a casi medio siglo de haber sido escritas: Bagatelles pour un massacre, L'école des cadavres, Les Beaux Draps y Mea Culpa. Y esto en Francia, país que se reconoce a sí mismo como cuna del liberalismo, precursor de la moderna democracia, practicante del lema Igualdad, fraternidad, solidaridad.

El marginado vuelve a escribir. Relata sus experiencias durante el exilio en De un castillo a otro (1957), Norte (1960) y Rigodon, publicada póstumamente. En 2002 se divulgan sus Cartas de la cárcel. Son casi 200 mensajes originalmente escritos en el áspero papel de baño carcelario, recopilados por su biógrafo François Gibault. «Sufro mi destino. No sé de qué crímenes soy culpable. Pero esta incertidumbre puede durar -me temo- años», dice Céline en una de sus cartas. Y en otra: «Es duro tener un mundo entero de odio contra uno».

En el prefacio, Gibault explica que Céline «sabía lo que había escrito antes de la guerra y por qué lo había escrito». Pero cuando se descubrió el genocidio judío «aquellos panfletos adquirían un cariz trágico que nadie había descubierto ni denunciado en el momento de su publicación, mientras que él mismo aparecía como un asesino». Sus escritos, elaborados para evitar la guerra, «pero con las exageraciones sin las cuales Céline no habría sido el que era y que aparecían a la luz de los acontecimientos como incitaciones a la matanza, servían de pretexto, pese haber sido escritos antes del genocidio, para una partida de caza en la que el objetivo era él».

Carlos Manzano, traductor de Cartas de la cárcel -y de la mayoría los libros de Céline en español- respalda las afirmaciones de François Gibault: «El sentía desprecio por los alemanes, nunca fue colaborador de los nazis. Siempre lo negó y nunca se pudo demostrar nada; después, cuando volvió a Francia, se encerró y nunca quiso hablar con la prensa ni con nadie».

En mayo de 2002, el primer manuscrito de Viaje al fondo de la noche fue subastado en París por casi un millón 800 mil dólares. Las 876 páginas del original -llenas de tachaduras y correcciones- quedaron en Francia ya que la Biblioteca Nacional interpuso su derecho prioritario para que el texto no salga del país. Para los especialistas, el hallazgo del texto tiene un valor inestimable, ya que permite comprender los mecanismos mediante los cuales se construyó una de las obras más importantes y sombrías del siglo XX. Durante más de 40 años, el original fue motivo de las más increíbles versiones: se decía que fue perdido, recuperado y quemado por Céline; también que estaba oculto en Argentina, en manos de nazis refugiados.

La suma que se pagó por el histórico escrito de Céline superó el monto en que fue subastado, en 1988 por la casa Sotheby’s, el manuscrito de El proceso, de Franz Kafka: un millón y medio de dólares. El texto del primer tomo de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, otro clásico, fue rematado en 2001 por Christie’s en poco más de un millón de dólares.

Dejemos algunas reflexiones finales por cuenta de Andreu Navarra Ordoño, autor de «Céline: el hombre enfadado» (revista Babab Nº 11, Madrid, enero de 2002), quien define a Viaje al fondo de la noche como «una de las más feroces sátiras contra la civilización occidental». El escritor español se pregunta: «¿Es injustificado desentenderse del mundo cuando éste se ha convertido en una estafa universal, en algo así como una trampa a gran escala? ¿Cómo no hubiera podido enfadarse ante semejante espectáculo? ¿Niega Céline alguna vez las acusaciones de que fue objeto? En absoluto. Sí nos ofrece sus reflexiones, nunca alegaciones».

Céline falleció en Meudon en 1961, a los 77 años. En algún momento de su vida, escribió: «En este mundo vil, nada es gratuito. Todo se expía: el bien, como el mal, se paga tarde o temprano. El bien mucho más caro, lógicamente».


Giselle Dexter y Roberto Bardini