Nunca el discurso moral fue tan exigente, tan riguroso. El sistema y sus mass-media son como los predicadores: contra el racismo, el machismo, por todos los derechos acordados para todos, para la bondad, la amabilidad, la independencia de la justicia, el amor generalizado, la igualdad, la justicia social, la democracia, la “conciencia ciudadana”. Un sermón real de vieja solterona catequista.
Pero la realidad es diametralmente opuesta: corrupción de
los políticos, hundimiento del derecho social, tolerancia ante la violencia
urbana, agravación de las disparidades y de las injusticias económicas (los
millonarios de la izquierda son los mejores en el tema del discurso social),
destrucción de las solidaridades tradicionales en provecho de los egoísmos
individuales, impunidad de los grupos violadores de la ley, privilegios
acordados a las categorías profesionales ya protegidas, crecimiento del sector
económico explotado por el sector público, etc.
Fue siempre así. Es lo que los psiquiatras llaman el “efecto
de compensación”. Cuanto más defectos tiene un sistema, tanto más se alaba las
cualidades que viola. No es únicamente exorcismo, sino un trabajo de olvido.
“El pueblo no tiene que entiender lo que está pasando”.
La debilidad central del sistema –y de la ideología
hegemónica- es que no se puede mentir durante mucho tiempo. El senador
norteamericano Gingrich lo explicaba: “es posible mentir diez veces a una mujer
y una vez a una nación, pero nunca diez veces a una nación”. Con el tiempo, la
ausencia de resultados concretos de un proyecto de sociedad no se puede ser
disimulada por unos cortafuegos vacíos: embrutecimiento intelectual, desviación
de la atención, dependencia. Las cosas concretas toman su revancha. El pueblo
acaba por pedir la verdad porque el embrutecimiento tiene límites, precisamente
a causa de la ausencia de hechos concretos: mentiras del paro a la baja,
precariedad y angustia económicas, pauperización a pesar del crecimiento
contable, crecimiento de la inseguridad a pesar de las estadísticas trucadas,
presencia cada vez más visible de la inmigración, etc. Incluso la muy eficiente
propaganda televisual que intenta dar la impresión de que “¡todo va bien!”, al
tiempo que diabolizan o criminalizan a los partidarios de opiniones opuestas,
va a llegar, un día o otro, a sus limites.
Cuando el león ya no tiene nada que comer, se come al domador. El león, es el pueblo.
Cuando el león ya no tiene nada que comer, se come al domador. El león, es el pueblo.
"Extraído de Arqueofuturismo"
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