La red bulle
de actividad. Hay plataformas, redes sociales de adhesión, de solidaridad, de
repulsa, de compromiso. Creemos que podemos discernir la avalancha de
información sobre todo lo que pasa en el mundo, pero la realidad es que somos y
repetimos lo que una y otra vez nos dicen los “Creadores de opinión”.
La vida
virtual se expande sobrevolando nuestros
monitores de ordenador, se hace cada vez más sólida a costa de vampirizar
nuestras actividades en el mundo real, vuestra práctica relacional en la esfera
física. Si las 30.000 personas que se manifiestan a favor en Facebook a la consigna “Ayudas primero a los nacionales” estuvieran protestando en
la calle todas las semanas, otro gallo cantaría en el Gobierno.
Cualquiera
con un mínimo de ramalazo fascista en sus venas debe vivir en un perpetuo asombro/asqueamiento (cada uno
según su forma de ser) por el compromiso hipócrita que nos rodea. Nuestros
vecino y amigos están encantados de vivir en esta democracia –aunque el estado
del “bienestar” lo estén desmantelando a marchas forzadas-, están convencidos
de tener libertad de expresión –pese a que los medios de comunicación
pertenezcan como mucho a tres o cuatro holdings empresariales-, y satisfechos
por las comodidades materiales que poseen –aunque ese disfrute pase por tener
que vender nuestras almas a un banco para pagar una vida hipotecada-.
La Red de
redes, que aspira a ser el instrumento que nos ayude a ser omniscientes y
preclaros, un ente multimedia y colectivo depositario del conocimiento, quien
despierta la rebeldía en la voluntad de los internautas, es para la mayoría de
nuestros vecinos, no nos engañemos, una prolongación de sus vicios y
materialismos diarios: compras, cotilleos en plataformas sociales, noticias de
los voceros oficiales de los periódicos. Pero lo que es preocupante , lo que de
verdad asusta, es el incremento de la oposición virtual. Páginas y páginas de
encendidas protestas, videos de youtube que pasan de mano en mano con los
indignantes sueldos de los políticos o con las justas reinvindicaciones de
funcionarios, bomberos, recogedores de basura, plataformas en contra de los
chupasangres politicuchos… ¿Qué repercusión tienen en nuestras vidas estos
mensajes? ¿Utilizamos el medio o somos esclavos de él?
Ante la
avalancha de información alternativa, corremos el riesgo de que lo que debería
ser un medio, un revulsivo, se convierta en una finalidad en sí mismo: una
protesta que empieza y termina en las páginas virtuales que ejercen su derecho
clickeando furiosamente frente a sus ordenadores, mientras que en la calle,
robada a nuestras presencias, se engrandecen los dispensadores de comida
basura, las vallas publicitarias y las interminables colas del paro.
Ninguna
acción virtual, por virulenta que sea, puede sustituir a la acción directa,
nuestra presencia física e incómoda en manifestaciones, en las concentraciones
o mismamente cuando panfleteamos. Los medios quieren robarnos lo poco que nos
queda: la calle, el aire limpio o contaminado, el derecho a gritarles a la
cara.
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