domingo, 12 de abril de 2015

Acción directa


Que las juventudes tienen que adoptar una táctica de acción directa, es decir, una moral de desconfianza hacia todo lo que no proceda de ellas y una decisión de imponer por sí mismas las nuevas normas, es algo en realidad incuestionable.

Eso va implícito en la actitud que antes hemos dicho corresponde a nuestros jóvenes: la actitud del soldado. El soldado practica siempre la acción directa, y es por su propia calidad, el único que la representa en toda su gran fecundidad y relieve moral.


Las juventudes son asimismo, como sector social, las únicas que imprimen a la acción directa, no un sentido particularista, de exacerbación y desorbitación de una clase, sino el carácter íntegramente nacional y humano, la justificación profunda de su violencia para con los valores parásitos y para los intermediarios provistos de degradación.


La acción directa garantizará a nuestras juventudes su liberación de todo mito parlamentarista, de todo respeto a lo que no merece respeto, de toda posternación ante ídolos vacíos y falsos. Pues se verá siempre en peligro, al aire, en plena vida ascética y de gran dimensión emocional, de gran potenciación histórica.


En la práctica de la acción directa se efectúa además algo que en nuestra Patria es urgentísimo: la posible aparición y selección de las nuevas minorías rectoras, procedentes de las masas, surgidas de ellas y sustituidoras, por propio y auténtico derecho de conquista, de las minorías tradicionales o procedentes de los partidos y sectas políticas dominantes.


La acción directa no es siempre ni equivale a la violencia armada. Es en primer lugar la sustentación de una actitud de ruptura, de una moral de justicia rígida contra la decrepitud o la traición, de una confianza plena, totalitaria, en lo que se incorpora y trae.


La violencia, la ruptura, tendrá en nuestras juventudes, como realizadoras e impulsoras de la revolución nacional, un eco profundo de realización moral, de heroísmo, de firmeza y de entereza.


Precisamente por ello cabe adscribir tres justificaciones, tres dimensiones a la violencia de las juventudes, de las cuales una sola, cualquiera de ellas, bastaría y se autojustificaría de modo suficiente:

a) Como valor moral de ruptura, como desprendimiento y rebelión contra valores decrépitos, traidores e injustos.


b) Como necesidad, es decir, como principio obligado de defensa, como táctica ineludible en presencia de los campamentos enemigos (España está hoy poblada de verdaderos campamentos, en pie de guerra).


c) Como prueba, como demostración de entereza, de capacidad y de la licitud histórica que mueve a los soldados de la revolución nacional.


Estas justificaciones vedan a la acción directa de las juventudes de toda caída en el crimen, en el bandidaje y en la acción política vituperable, que es la que va siempre ligada a un signo individual, anárquico y de pequeños grupos visionarios.



Discurso a las juventudes de España

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