viernes, 9 de octubre de 2015

Seamos gente normal

El gran Niestzsche nos alertaba sobre la fosilización de la historia. De algún modo Jorge Luis Borges también lo hizo en su cuento “El memorioso Funes” un hombre capaz de recordarlo todo hasta lo insoportable, o sea: de convertirse solamente en historia, en un incapaz frente a la vida. Algunas personas creen que absorbiendo la dinámica muerta de épocas pasadas aseguran su propia dinámica. Pero como la historia la primera vez es tragedia y la segunda vez comedia, se convierten precisamente en comediantes, para utilizar una palabra suave. Lo que unos usaron alguna vez como uniforme necesario y respetable, fácilmente puede convertirse en disfraz en otra etapa de la historia. La diferencia con el payaso, es que al menos este es consciente de lo que hace y para qué lo hace. El payaso es una caricatura artística. El disfrazado actúa en cambio de él mismo, y por su falta de consciencia vive la vida como un personaje de caricatura.

La falta de consciencia de la realidad es en política algo la mayor parte de las veces patético, pero algunas veces también peligroso. Hay perfiles psicológicos que lamentablemente toman como suyas etapas de la historia que han pasado y que ellos no sólo no han vivido sino que no han comprendido, porque son incapaces de discernir entre lo permanente y lo accidental. Europa y sus milenios de historia y de cultura son mucho más que cualquiera de sus períodos tomados en forma aislada por capricho o bien por ignorancia. La identidad europea es demasiado profunda como para que cualquiera tome una etapa o un proceso político aislado, por más importante que sea, y pretenda que con eso comprende la totalidad de la historia y el proceso político actual.

Las élites no se disfrazan, sino que se mueven con creatividad y precisión en el momento que les ha tocado vivir. La política es el arte de hacer posible lo necesario, decía Maurras. El político es entonces un artista, un creador, no un imitador y mucho menos un disfrazado. El disfraz denota siempre la superficialidad cultural del que lo utiliza. Mal le haríamos a la memoria de Roma si saliéramos a hacer política a la calle disfrazados de romanos. Y así sigue la lista de disfraces hasta llegar a otros más cercanos en la historia. El arte es la más elevada expresión de una cultura. La estética, la actitud, la mentalidad de quien pretende defender una idea, nos muestran quién es esa persona en realidad y cuál es su capacidad de comprensión y de acción en el arte de la conducción política. Dejemos que se disfracen los payasos, que para eso están. Nosotros como parte de un pueblo, si pretendemos en algún momento conducirlo, por respeto a ese pueblo y a nosotros mismos seamos gente normal, que lo que nos distinga sea la comprensión de lo que pasa y la respuesta adecuada en el contexto real, no ya el disfraz, cualquiera que este sea.

Juan Pablo Vitali

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