jueves, 22 de octubre de 2015

El Dandismo


El hombre con posibilidades, que, a pesar de lo que pueda ser, no tiene ocupación en la vida si no es pasear a lo largo de la autopista de la felicidad, el hombre criado en el lujo y habituado desde la juventud a ser obedecido por otros, el hombre, finalmente, que no tiene otra profesión más que la elegancia, está destinado a tener una expresión facial de un tipo muy especial en cualquier situación. El dandismo es una actitud social enfermiza; desde tiempos lejanos, desde César, Catilina, Alcibíades nos provee con ejemplos brillantes de ello; está muy extendido, pues ya Chateubriand encontró ejemplos de ello en los bosques y riberas de lagos del Nuevo Mundo. El Dandismo, que es una institución fuera de la ley, tiene un código riguroso de leyes al que todos sus acólitos se someten, con independencia de lo ardiente o independiente de sus caracteres.

Los novelistas ingleses, más que nadie, han cultivado el tipo de novela de “high life”, y sus colegas franceses quienes, como M. de Custine, han intentado especializarse en novelas de amor se han cuidado mucho de dotar a sus personajes con posibles suficientes para permitirles sin dudar sus más extraños caprichos; y los liberaron de cualquier ocupación laboral. Estos seres no tienen otro estatus que el cultivo de la idea de la belleza en sus propias personas, de satisfacción de sus pasiones, de sentir y pensar. Poseen dinero y tiempo, para alegría de sus corazones y en un grado superlativo, sin el cual la fantasía, reducida al estado de sueño efímero, puede difícilmente ser trasladada a la acción. Desafortunadamente es verdad que, sin tiempo libre y dinero, el amor puede no ser más que una orgía del hombre corriente, o la consecución de un deber conyugal. En vez de ser un impulso súbito lleno de ardor y ensueño, llega a ser un asunto desagradablemente utilitario.

Si hablo de amor en el contexto del dandismo, la razón es que el amor es la ocupación natural del hombre de ocio. Pero el dandy no considera el amor como un objetivo en la vida. Si he mencionado el dinero, la razón es que el dinero es indispensable para aquellos que hacen de sus pasiones un culto exclusivo, pero el dandy no aspira a la riqueza como un objeto en sí mismo; un crédito bancario puede bastarle; deja esa ordinariez a los vulgares mortales. Contrariamente a lo que la mayoría de los ignorantes parece creer, el dandismo no es solo un excesivo deleite en ropas y elegancia material. Para el dandy perfecto, esas cosas no son más que el símbolo de la superioridad aristocrática de su mente. Así, a sus ojos, enamorado como está sobre todo de la distinción, la perfección en el vestido consiste en la absoluta simplicidad, la cual es, por supuesto, la mejor manera de ser distinguido. ¿A qué punto puede llegar esta pasión, que ha cristalizado en una doctrina y ha formado un número de maravillosos acólitos, este código no escrito que ha moldeado con tanto orgullo a una hermandad? Está, por encima de todo, el ardiente deseo de crear una forma personal desde la originalidad, dentro de los límites externos de las convenciones sociales. Es una clase de culto del ego que puede sobrevivir a la búsqueda de esa forma de felicidad que se encuentra en los otros, en la mujer por ejemplo; que incluso puede sobrevivir a lo que se llama ilusiones. Es el placer de causar sorpresa en los otros, y la orgullosa satisfacción de no mostrarse nunca a sí mismo. Un dandy puede ser relegado, puede incluso sufrir daño, pero continuará sonriendo hasta el final, como el Espartano mordido por el zorro.

Por tanto, el dandismo en ciertos aspectos está muy cerca de la espiritualidad y del estoicismo, pero un dandy nunca puede ser un hombre vulgar. Si tuviera que cometer un crimen, puede ser quizás dañado socialmente, pero si el crimen fuera por una causa insignificante, la desgracia sería irreparable. No dejemos al lector extrañado por esta mixtura de lo serio y lo divertido; dejémosle reflexionar que existe una forma de grandeza en todo las locuras, un poder conductor en cada tipo de exceso. ¡Una extraña forma de espiritualidad, incluso! Para quienes son sus grandes sacerdotes y sus víctimas al mismo tiempo, todas las complicadas condiciones materiales a las que se someten, desde el vestido perfecto a cualquier hora del día o la noche hasta el más arriesgado conjunto sport, no son más que una serie de ejercicios gimnásticos adaptados para fortalecer la voluntad y ejercitar el alma. Incluso no estoy muy errado cuando comparo el dandismo a un tipo de religión. La orden monástica más rigurosa, los inexorables mandamientos del Viejo de la Montaña, que requerían el suicidio de sus drogados discípulos, no son más despóticos o esclavizantes que esta doctrina de elegancia y originalidad, la cual, como las otras, impone sobre sus ambiciosos y humildes sectarios, hombres a menudo no muy imbuídos de espíritu, pasión, corage, energía controlada, el terrible precepto: Perinde ac cadaver!

Fastidiosos, increíbles, bellos, leones o dandis: cualquiera que sea la etiqueta que esos hombres reclaman para sí mismos, todos provienen del mismo orígen, todos comparten la misma característica de oposición y rebelión; todos son representantes de lo que es mejor en el orgullo humano, de esa necesidad, que es rara en las generaciones modernas, de combatir y destruir la trivialidad. Esa es la fuente de esa actitud arrogante y patricia, agresiva incluso en su frialdad. El dandismo aparece especialmente en aquellos periodos de transición cuando la democracia no llega a ser todopoderosa, y cuando la aristocracia está sólo parcialmente debilitada y desacreditada. En la confusión de esos tiempos, un cierto número de hombres, desencantados y ociosos forasteros, pero todos ellos ricamente agraciados con energía natural, pueden concebir la idea de establecer una nueva clase de aristocracia, la más difícil de abolir porque está establecida sobre las más preciosas, las más indestructibles facultades, en los presentes divinos que ningún trabajo remunerado puede dar. El Dandismo es el último resto de heroísmo en las épocas decadentes; y el tipo de dandy descubierto por el viajero en América del Norte no invalida esta idea en ningún sentido; porque no existe una razón válida por la cual no debamos creer que las tribus que llamamos salvajes no sean los remanentes de grandes civilizaciones del pasado. El dandismo es un sol poniéndose; como una estrella eclipsándose, es magnífica, sin calor y llena de melancolía. Pero tristemente la creciente marea de democracia, que se expande por doquier y reduce todo al mismo nivel, está diariamente llevándose a esos últimos campeones del orgullo humano, y sumergiendo en las aguas del olvido los últimos restos de esta raza inolvidable. Aquí, en Francia, los dandis escasean cada vez más, mientras que entre nuestros vecinos de Inglaterra el estado de la sociedad y la constitución (la verdadera, la que se expresa en los hábitos sociales) desde hace tiempo abandonó la habitación a favor de los herederos de Sheridan, Brummell y Byron, siempre asumiendo que vendrán hombres dignos de ellos.

La belleza específica del dandy consiste particularmente en ese exterior frío resultado de la inconmovible determinación de permanecer estático; uno evoca un fuego latente, cuya existencia es meramente sospechada, el cual, si se quisiera, pero no se quiere, podría explotar en todo su esplendor.


Extraído de “El Pintor de la Vida Moderna”, 1863
Por Charles Baudelaire

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