jueves, 24 de septiembre de 2015

Vida recta

Los que titubean ante el esfuerzo, es porque tienen adormecida el alma. El gran ideal da siempre fuerza para domar el cuerpo, para soportar el cansancio, el hambre, el frío.

¿Qué importan las noches en vela, el trabajo abrumador, o el dolor, o la pobreza?
Lo esencial, es conservar en el fondo del corazón la gran fuerza que alienta y que impulsa, que aplaca los nervios desatados, que hace latir de nuevo la sangre cansada, que hace arder en los ojos, adormecidos por el sueño, un fuego ardiente y devorador.

Entonces, nada es áspero ya. El dolor se ha transformado en alegría porque, gracias a él, nos damos más por entero, y el sacrificio nuestro se purifica.

La facilidad adormece el ideal. Le alienta, en cambio, el estímulo de la vida dura que nos hace adivinar lo profundo del deber cumplido, las responsabilidades que hay que afrontar, y la gran misión digna de nosotros.

Lo demás, no cuenta.
La salud, nada importa.
No estamos en este mundo para comer a horas fijas, para dormir con regularidad, para vivir cien o más años.
Todo esto es vano y necio.
Sólo una cosa cuenta: tener una vida útil; perfilar el el alma; estar pendiente de ella, instante por instante; vigilar sus debilidades y exaltar sus impulsos; servir a los demás; derramar a nuestro alrededor la dicha y la ternura; ofrecer el brazo al prójimo, para elevarnos todos, ayudándonos los unos a los otros.

Una vez cumplidos nuestros deberes ¿qué más da morir a los treinta años o a los cien años? ¡Lo que importa es sentir el corazón encendido, cuando la bestia humana grita extenuada!

¡Que se levante y que siga, a pesar de todo!

Ahí está para eso, para agotarse, hasta el fin.

Sólo el alma cuenta, y ella tiene que dominar todo lo demás.
Breve o larga, la vida sólo vale algo sí en el instante que tenemos que entregarla no tenemos que sonrojarnos de ella.


Extraído de Almas Ardiendo, de Leon Degrelle

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