domingo, 6 de septiembre de 2015

La Madrina de la División Azul

Se llamaba Celia Giménez. Pero los centenares de personas que utilizaron su mediación le dirigieron las innumerables cartas que diariamente llegaban desde ambos extremos de Europa, solían llamarla por otro nombre, un verdadero titulo honorífico que en realidad se hallaba perfectamente a tono con sus virtudes femeninas y con sus méritos.

El calificativo adquirió de tal manera la categoria de concepto cristalizado e iba de tal modo unido a la Jefa de Falange en Berlín ya que los sobres no precisaban de otras señas que ese apelativo y la vaga localización ''en Alemania'' para llegar directamente a las manos de Celia desde cualquier avanzadilla perdida en el frente ruso o desde la más ignota aldea de la llanada castellana. No había temor alguno de alguna carta se extraviara, ni siquiera se desorientara , si iba dirigida ''A la madrina de la Division Azul''.

Cuatrocientas, quinientas cartas y tarjetas le traían todos los días al correo de su casa en Berlín. Venían de ambas direcciones y traían noticias que se ansiaban en el frente o que se aguardaban con impaciencia en cualquier hogar español en cuya mesa había un puesto vacío a las horas sagradas y familiares de la comida.

Celia Giménez se encargaba de que todos pudieran colmar cuanto antes sus afanes y desvanecer sus inquietudes. Leía una a una cuantas cartas recibía o le llegaban , las clasificaba, resumía su contenido, procuraba captar todos los anhelos y, cargaba con las mismas preocupaciones que los remitentes, corría al estudio de la radio berlinesa y se las confiaba al micrófono en las emisiones especiales destinadas a la División Española de Voluntarios y a las familias de los valientes soldados españoles.

Por la boca de Celia Giménez contaba a la sencilla campesina de las montañas de Aragón y al simple fusiulero que prestaba servicio en los pantanos del Wolchow o sobre las cosas de un piloto de la escuadrilla azul con sus padres, a la escucha ... quizás, en la sala de un cigarral toledano.

La voz del frente y la voz de la Patria lejana eran recogidas y lanzadas otra vez por Celia en las tres emisiones diarias que corrían a su cargo; la 1ª, poco despues del mediodía, duraba 30 minutos, la 2ª al atardecer, llenaba 20 minutos del programa y por la noche Celia les confiaba nuevamente a las ondas los últimos afanes ajenos que su corazón maternal habia trocado en propios.

Resultaba pasmosa la capacidad de trabajo de esta falangista. Para ella la jornada duraba casi siempre 14 o 15 horas. Era necesario un enorme esfuerzo, incluso físico, para poder llevar a cabo la tarea que ella misma se habia impuesto. Porque no se trataba de leer mecánicamente los párrafos de una misivas, casi siempre (así era la España de entonces) faltas de buena caligrafía, sino que tendía a interpretar las intenciones del remitente y regocijarse con sus pesares y sus gozos.

La diligente locutora de la DEV sabía bien que aquella anciana madre barcelonesa esperaba desde hacía mucho un signo de vida de su hijo ( gran implicación la de esta mujer), que no acababa de llegar nunca, y por eso interpolaba frases de consuelo, para indicarle que por otra carta de otro soldado había sabido de la nueva posición de su hijo (puede que solo con ánimos de darle esperanzas).

No podemos por menos admirar la memoria que exige y se requiere para extraviarse en el laberinto de tantas existencias y de tantas fortunas diversas. Pero al ponderar las dificultades de su cometido Celia nos interrumpió (en una entrevista al autor del artículo) rechazando nuestros encomios: ''Todo eso no era tan difícil como uno se figura desde fuera. Una acaba por familiarizándose con nombres e incluso con estados de ánimo. Mucho más penoso resultaba el imponerse, por ejemplo, a cualquiera de los catarros que intentaban abrir un paréntesis en nuestra tarea diaria. Pero tampoco ese obstáculo resultó hasta ahora insuperable y cuando se presentó el caso, como en el pasado invierno, las gárgaras, las píldoras y los vahos, entre emisión y emisión, me han aclarado la voz y jamás tuve que suspender o modificar el programa''.

Celia Giménez, cuyo marido había caído como aviador en la GCE, prestó primero servicio como enfermera en varios hospitales militares de la Península, pasando después a Berlín donde continuaria trabajando en un sanatorio de Neukölln, Pilar Primo de Rivera, que conocía y apreciaba sus excelentes condiciones de organización y sus dotes de mando le encargó la sección Femenina de Falange Territorial en Alemania, puesto que siguió desempeñando a plena satisfacción de la Delegada Nacional y de sus camaradas alemanas.

Extraído del Atlas ilustrado de la Division Azul

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