Se llamaba Celia Giménez. Pero los centenares de personas que utilizaron
su mediación le dirigieron las innumerables cartas que diariamente
llegaban desde ambos extremos de Europa, solían llamarla por otro
nombre, un verdadero titulo honorífico que en realidad se hallaba
perfectamente a tono con sus virtudes femeninas y con sus méritos.
El calificativo adquirió de tal manera la categoria de concepto
cristalizado e iba de tal modo unido a la Jefa de Falange en Berlín ya
que los sobres no precisaban de otras señas que ese apelativo y la vaga
localización ''en Alemania'' para llegar directamente a las manos de
Celia desde cualquier avanzadilla perdida en el frente ruso o desde la
más ignota aldea de la llanada castellana. No había temor alguno de
alguna carta se extraviara, ni siquiera se desorientara , si iba
dirigida ''A la madrina de la Division Azul''.
Cuatrocientas, quinientas cartas y tarjetas le traían todos los días al correo de su casa en Berlín. Venían de ambas direcciones y traían
noticias que se ansiaban en el frente o que se aguardaban con
impaciencia en cualquier hogar español en cuya mesa había un puesto
vacío a las horas sagradas y familiares de la comida.
Celia Giménez se encargaba de que todos pudieran colmar
cuanto antes sus afanes y desvanecer sus inquietudes. Leía una a una
cuantas cartas recibía o le llegaban , las clasificaba, resumía su
contenido, procuraba captar todos los anhelos y, cargaba con las mismas
preocupaciones que los remitentes, corría al estudio de la radio
berlinesa y se las confiaba al micrófono en las emisiones especiales
destinadas a la División Española de Voluntarios y a las familias de los valientes soldados
españoles.
Por la boca de Celia Giménez contaba a la sencilla campesina de las
montañas de Aragón y al simple fusiulero que prestaba servicio en los
pantanos del Wolchow o sobre las cosas de un piloto de la escuadrilla
azul con sus padres, a la escucha ... quizás, en la sala de un cigarral
toledano.
La voz del frente y la voz de la Patria lejana eran recogidas y lanzadas
otra vez por Celia en las tres emisiones diarias que corrían a su
cargo; la 1ª, poco despues del mediodía, duraba 30 minutos, la 2ª al
atardecer, llenaba 20 minutos del programa y por la noche Celia les confiaba
nuevamente a las ondas los últimos afanes ajenos que su corazón
maternal habia trocado en propios.
Resultaba pasmosa la capacidad de trabajo de esta falangista. Para ella
la jornada duraba casi siempre 14 o 15 horas. Era necesario un enorme
esfuerzo, incluso físico, para poder llevar a cabo la tarea que ella
misma se habia impuesto. Porque no se trataba de leer mecánicamente los
párrafos de una misivas, casi siempre (así era la España de entonces)
faltas de buena caligrafía, sino que tendía a interpretar las
intenciones del remitente y regocijarse con sus pesares y sus gozos.
La diligente locutora de la DEV sabía bien que aquella anciana madre
barcelonesa esperaba desde hacía mucho un signo de vida de su hijo (
gran implicación la de esta mujer), que no acababa de llegar nunca, y
por eso interpolaba frases de consuelo, para indicarle que por otra
carta de otro soldado había sabido de la nueva posición de su hijo (puede
que solo con ánimos de darle esperanzas).
No podemos por menos admirar la memoria que exige y se requiere para
extraviarse en el laberinto de tantas existencias y de tantas fortunas
diversas. Pero al ponderar las dificultades de su cometido Celia nos
interrumpió (en una entrevista al autor del artículo) rechazando
nuestros encomios: ''Todo eso no era tan difícil como uno se figura desde
fuera. Una acaba por familiarizándose con nombres e incluso con estados
de ánimo. Mucho más penoso resultaba el imponerse, por ejemplo, a cualquiera de
los catarros que intentaban abrir un paréntesis en nuestra tarea diaria.
Pero tampoco ese obstáculo resultó hasta ahora insuperable y cuando se
presentó el caso, como en el pasado invierno, las gárgaras, las píldoras
y los vahos, entre emisión y emisión, me han aclarado la voz y jamás
tuve que suspender o modificar el programa''.
Celia Giménez, cuyo marido había caído como aviador en la GCE, prestó primero
servicio como enfermera en varios hospitales militares de la Península,
pasando después a Berlín donde continuaria trabajando en un sanatorio
de Neukölln, Pilar Primo de Rivera, que conocía y apreciaba sus
excelentes condiciones de organización y sus dotes de mando le encargó
la sección Femenina de Falange Territorial en Alemania, puesto que
siguió desempeñando a plena satisfacción de la Delegada Nacional y de
sus camaradas alemanas.
Extraído del Atlas ilustrado de la Division Azul
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