lunes, 2 de noviembre de 2015

Revolución y Fe




La verdaderamente grande y única revolución que está por hacerse es esa: aún tan sólo las almas, llamadas por el amor del hombre y alimentadas por el amor de Dios, podrán devolver al mundo el claro rostro y una mirada limpia a los ojos purificados por el agua serena de la entrega generosa.

No hay opción: o revolución espiritual, o fracaso del siglo.

La salvación del mundo está en la voluntad de las almas que tienen fe.

Por esto, España mística, España de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz, de San Francisco Javier, de San Ignacio, por esto, creo yo en tu misión, en una misión junto a la cual tus pasajeras desgracias nada son; misión privilegiada entre todas: la de derramar en las almas de agonía, la sangre de tu alma ardiente.

Ningún país, hoy, tiene tu fe. Tu fe, la ruda fe de los penitentes de Lorca o de Sevilla y la de los Cruceros de Navarra. Tu fe alegre de las panderetas navideñas y la de las carretas abigarradas de la Romería del Rocío.

Ningún otro país ha salido bendecido con más amor por la Virgen, tu Virgen milenaria del Pilar, tu Virgen de los guerreros de Covadonga, tu Virgen del Camino para los que andan a tientas, buscando su sendero. Tu Virgen de los Desamparados, para las almas a la deriva. Tu Virgen de las Angustias, para los corazones destrozados por el dolor.

Toda tu tierra es oración, don alegre, don doloroso, impulso místico, confianza y esperanza.

Tus mujeres, bajo sus mantillas negras, tienen los ojos ardientes y dulces como los pétalos aterciopelados de los pensamientos.

Tu pueblo se asocia a Dios en todos sus actos. Has conquistado una ancha parte del mundo confiando a la Virgen las velas de tus carabelas y clavando la Cruz en cada uno de los pedazos de tierra hallados por tus conquistadores y tus monjes.

En todos tus monasterios, en cada iglesia, donde las campanas cantan por el aire azulado de la noche, en cada hogar donde los niños duermen mezclando el nombre de la Virgen a sus cándidos sueños, en toda la vieja tierra cristiana resplandece la fe como ese sol que al amanecer se derrama sobre los ásperos montes y las llanuras onduladas, sobre los pueblos blancos y los torreones de los castillos, y los santos de piedra de tus catedrales.

Tú vives tu Dios. Tu juventud es como un ejército de Cruzados. Contempla, con el corazón henchido y desbordante, al mundo que le llama.

¡Españoles, hijo de Dios, sigue derecho tu camino!

¡El siglo te aguarda!

¡Las almas ardientes lo pueden absolutamente todo!


Leon Degrelle

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