La falta de consciencia de la realidad es en política algo la mayor parte de las veces patético, pero algunas veces también peligroso. Hay perfiles psicológicos que lamentablemente toman como suyas etapas de la historia que han pasado y que ellos no sólo no han vivido sino que no han comprendido, porque son incapaces de discernir entre lo permanente y lo accidental. Europa y sus milenios de historia y de cultura son mucho más que cualquiera de sus períodos tomados en forma aislada por capricho o bien por ignorancia. La identidad europea es demasiado profunda como para que cualquiera tome una etapa o un proceso político aislado, por más importante que sea, y pretenda que con eso comprende la totalidad de la historia y el proceso político actual.
Las élites no se disfrazan, sino que se mueven con creatividad y precisión en el momento que les ha tocado vivir. La política es el arte de hacer posible lo necesario, decía Maurras. El político es entonces un artista, un creador, no un imitador y mucho menos un disfrazado. El disfraz denota siempre la superficialidad cultural del que lo utiliza. Mal le haríamos a la memoria de Roma si saliéramos a hacer política a la calle disfrazados de romanos. Y así sigue la lista de disfraces hasta llegar a otros más cercanos en la historia. El arte es la más elevada expresión de una cultura. La estética, la actitud, la mentalidad de quien pretende defender una idea, nos muestran quién es esa persona en realidad y cuál es su capacidad de comprensión y de acción en el arte de la conducción política. Dejemos que se disfracen los payasos, que para eso están. Nosotros como parte de un pueblo, si pretendemos en algún momento conducirlo, por respeto a ese pueblo y a nosotros mismos seamos gente normal, que lo que nos distinga sea la comprensión de lo que pasa y la respuesta adecuada en el contexto real, no ya el disfraz, cualquiera que este sea.
Juan Pablo Vitali
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