Solamente nosotros somos la imagen de nuestro Tiempo. El corno del tiempo resuena en nuestro arte verbal.
El pasado es estrecho. La Academia y Pushkin menos comprensibles que jeroglíficos. Puskin, Dostoievski, Tolstoi, etcétera, etcétera, deben ser tirados por la borda del vapor del Tiempo Presente.
Quien no olvida su primer amor no vivirá el último.
¿Quién será tan crédulo para entregarle su ultimo amor a la perfumada lujuria de Balmont? ¿Acaso encontrará allí un reflejo del valeroso ánimo del día de hoy?
¿Quién será tan cobarde que no se atreverá a arrancar la coraza de papel del negro frac del guerrero Briùsov? ¿Encontrará allí acaso la aurora de una belleza desconocida?
Lavaos las manos que han tocado la porquería de los libros escritos por intocables Leónidas Andreyevs.
Todos esos Máximos Gorkis, Kuprins, Blocks, Sologubs, Remizov, Averchenckos, Chornys, Kuzmins, Bunins, etcétera, etcétera; sólo necesitan quintas a la orilla de un río. Así recompensa el destino a los sastres.
¡De la altura de los rascacielos miramos su pequeñez !
Exigimos que se respeten los siguientes derechos de los poetas:
1. Ampliar el volumen de su vocabulario con palabras arbitrarias y derivadas.
2. Rechazar el odio invencible al idioma que existía antes de ellos.
3. Arrancar con horror de sus orgullosas frentes la corona de gloria de a centavo tejida de varas de abedul propias de los baños.
4. Tenerse de pie en la roca de la palabra “nosotros” en medio del mar de silbidos y ultrajes.
Y, si bien, por ahora persisten en nuestro verso las sucias huellas de su sentido común y buen gusto, ya también, por primera vez, brilla en ellos el Relámpago de la Nueva Belleza Futura de la Palabra Autosuficiente.
“Hylaea”
D. Burliuk, A. Kruchenij, V. Maiakovsky, V. Khlébnikov
Moscú, diciembre de 1912
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