Si hay algo que me subleva es que, cuando declaro sin ambages que soy de derechas, se me pregunte automáticamente a qué partido pertenezco. Algunos directamente aventuran la conjetura de una adscripción al PP. Y yo respondo con otra interrogación: ¿por qué diantres tengo que pertenecer a algún partido político? Ésa es para mí la gran desgracia de esta época: el que uno no pueda tener un pensamiento propio y un foro donde expresarlo fuera del marco de los partidos. En los tiempos en los que se cantan las loas del individualismo y el criterio subjetivo es elevado a máxima norma de conducta, es paradójicamente cuando más gregarios somos, porque no somos nadie si no entramos en el juego del sistema; es decir, si no nos encuadramos en las estructuras diseñadas para programar nuestra libertad. Se pertenezca al PP, al PSOE o al partido que sea, hay un tácito consenso parta mantener una determinada corrección política, que impide llamar a muchas cosas por su nombre y proclamar ciertas verdades hirientes –hirientes precisamente por ser verdades. Y los medios de comunicación entran en esa dinámica otorgando voz sólo a los que no desentonan. No hay más que ver y oír las tertulias televisivas y radiofónicas sobre temas políticos, sociales, económicos o los que impone la actualidad para darse cuenta de hasta qué punto todos acaban conviniendo en unos puntos básicos de los que no es lícito salirse so pena de una sorda pero eficaz e implacable censura.
Pues bien, para que no haya lugar a equívocos, he decidido que soy un anarquista de derechas. Soy anarquista: porque me niego a seguir los parámetros al uso en esta sociedad donde lo importante no es la persona, sino la corriente, que lleva irremisiblemente a quien se ve envuelto en ella a donde realmente no querría ir si reflexionara un poco en las implicaciones que ello supone. Soy anarquista porque proclamo y reivindico para mí esa santa libertad que no es la libertad de la Revolución francesa ni de los liberales, sino la que da la aristocracia del espíritu, a la que no se pertenece por la sangre ni por el dinero, sino simplemente por la cultura; libertad de espíritu que me permite substraerme a los imperativos de la pseudo-moral al uso y a los dictados de las modas del día. Soy anarquista porque no estoy dispuesto a acatar a ninguna autoridad humana si ésta no se refiere a alguna autoridad más elevada como la divina. Porque si toda potestad no viene ya de Dios, y los que la ejercen no actúan en Su Santo Nombre, ¿por qué he de obedecer? ¿No se proclama humillante la sujeción de un ser humano a otro? No ocurría eso en el régimen tradicional, en el que uno ciertamente había de someterse al Estado encarnado en un individuo mortal como todos, pero que reconocía no tener un poder originario sino derivado de lo Alto.
Pero también soy de derechas y lo soy porque defiendo los valores tradicionales de la Civilización Cristiana, que fue la que construyó nuestra Europa, mal que les pese a los laicistas y a los liberales; a todos aquellos que critican y denuestan nuestra cultura y ensalzan las ajenas, sin querer renunciar por ello a la cómoda vida occidental, y, en fin, a quienes desde fuera nos desacreditan y nos atacan pero se mueren por vivir aquí. Soy de derechas porque creo en el orden y en la jerarquía y, por supuesto, rechazo el igualitarismo apisonador que no eleva sino rebaja y no hace sociedades cultas sino zafias. Soy de derechas porque prefiero lo ideal a lo pragmático, lo hermoso a lo utilitario, lo clásico a lo que sólo está de moda, la buena educación y los modales corteses a la informalidad, el buen gusto a la chabacanería, lo personal a lo colectivo (ojo: no digo lo individual a lo social), la élite a la masa, la tradición al progresismo, lo eterno a lo efímero… Sí, soy un anarquista de derechas.
Extraído de "El Manifiesto", por Rodolfo Vargas Rubio.
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