martes, 8 de diciembre de 2015

Caetra íbera




De entre las diversas formas posibles de escudo, la circular es la que con más economía se adapta a un uso polivalente. Por ejemplo, el escudo en forma de lágrima o de cometa característico de la Alta Edad Media, protege muy bien a un jinete montado desde los hombros al tobillo sin estorbar la monta, pero es menos eficaz a pie y es más complejo de fabricar. El escudo rectangular grande protege más el cuerpo, sobre todo en una formación cerrada, pero resulta incómodo para combatir en guerrilla.

El oval pequeño, en cambio, no protege bien en formación. El escudo circular, entre los cincuenta y los setenta centímetros de diámetro, se adapta tanto a un uso en formación como en guerrilla, a pie o montado, aunque no sea el mejor de los posibles en cada uno de esos supuestos. El escudo circular fue el característico de la Península Ibérica durante todo el período ibérico y celtibérico. De hecho, su tradición se remonta a la Edad del Bronce, ya que las llamadas Estelas del Suroeste recogen representaciones de escudos circulares con una empuñadura central y, en algunos casos, como una serie de círculos concéntricos. Esta doble característica aparece también en uno de los más antiguos monumentos ibéricos conocidos con figuras humanas, el conjunto escultórico de Porcuna (Jaén), de mediados del s. V a.C. Probablemente se trata de una serie de discos de cuero de diferente diámetro encolados entre sí y apretados contra un molde para crear la concavidad central que permitía colocar una empuñadura sencilla. De este modo, la parte central del cuerpo del escudo es más gruesa, y el exterior más delgado, algo normal, cuya eficacia ha sido probada experimentalmente.

Los escudos representados en Porcuna tienen un diámetro similar al de los hombros de los guerreros, esto es, pueden estimarse en torno a los 45 cm. Llevan una correa sujeta a dos anillas móviles para colgar el arma del hombro durante la marcha o para enrollarla en torno a la muñeca en combate, como un fiador. Se empuñan mediante una manilla simple. En esto, la caetra se diferencia claramente del escudo hoplita griego, que se embrazaba. La diferencia es fundamental por dos razones: por un lado, el escudo embrazado reparte mejor el peso sobre el brazo, y es más adecuado para un escudo grande de hasta ocho kg de peso; por otro, para desprenderse de él hay que apoyarlo primero en el suelo, mientras que en el caso del escudo empuñado basta soltarlo.

De hecho, el escudo hoplita griego fue el único en todo el antiguo Mediterráneo que se embrazaba. Junto con los escudos de cuero existían otros de madera, decorados al exterior con grandes tachones de bronce repujado, láminas finas que no añaden apenas protección ni llegan al borde del escudo, pero que resultarían imponentes en manos de los aristócratas que los llevaban. Estas decoraciones aparecen en toda la Península desde el s. V a.C., tanto en la costa mediterránea como en la Meseta. En todo caso, el escudo de cuero era probablemente demasiado liviano y los de madera eran más utilizados, por lo menos desde el s. IV a.C., según muestran los arqueólogos. Aunque el cuerpo o alma de madera no se ha conservado, porque se quemaba en la pira funeraria de los guerreros, gracias al estudio de las manillas tenemos una idea bastante precisa de las características de la caetra. En el mundo ibérico, su diámetro oscilaba entre los cuarenta y los noventa cms. Las piezas meseteñas, probablemente, eran más pequeñas, en el rango de los 40-60 cm. A este respecto, Estrabón insiste en que los escudos de los lusitanos tenían dos pies de diámetro (unos sesenta cms.) y Diodoro afirma que los de los celtíberos eran en tamaño como los de los hoplitas griegos, esto es, entre 90 y 110 cm; en cambio, los de los lusitanos serían muy pequeños, según este último autor.

Insistimos en esto porque existe el mito de que la caetra era muy pequeña, a menudo poco mayor que un plato sopero. En realidad, los datos arqueológicos, literarios y buena parte de los iconográficos indican que el tamaño más habitual rondaba los 50-70 cm. El que algunos exvotos ibéricos representen escudos muy pequeños se debe más bien a problemas técnicos de fundición en el molde que a una representación realista de tamaños: en las pinturas sobre cerámica, por ejemplo, nunca son tan pequeños. La consecuencia directa de todo esto es que un escudo de 60 cm es tan útil para combatir en formación de batalla como en guerrilla, porque protege bien el torso. La superficie era normalmente plana (aunque hay casos de caetras cóncavas) y casi con seguridad cubierta de cuero o fieltro al exterior para proteger la madera de golpes que, en otro caso, la astillarían rápidamente. Por los remaches que unen las manillas metálicas al cuerpo, se ha podido saber que su grosor total oscilaba en torno a 15-20 mm en el centro y 10-12 mm en el borde. El peso del conjunto debía oscilar entre los 4-5 kgs.

Es también posible que algunos escudos circulares u ovales fueran de mimbre trenzado o de tendones, a juzgar por ciertas pinturas sobre cerámica y alguna referencia literaria, pero no hay ningún dato seguro. Por el interior la caetra ibérica llevaba una manilla de lámina de hierro con dos largas aletas triangulares para asegurar la sujeción de las planchas del escudo, y una empuñadura central. Esta manilla lleva además unas anillas móviles para el telamón o correa de suspensión, muy necesaria en las marchas. No se conserva prácticamente ningún ejemplo de umbo, es decir, de la pieza metálica que por el exterior protegía los nudillos del guerrero, así que debe suponerse que, en la mayoría de los casos, sería de madera. Los escudos ceitibéricos eran similares, aunque algo más pequeños de tamaño, y la manilla interior era mucho más sencilla, sin aletas. En cambio, se conocen muchos umbos de hierro de varios tipos. La decoración sobre cerámica muestra que los escudos estaban decorados al exterior y, al parecer, los motivos pintados eran siempre geométricos. En otros casos, el exterior debía tener piel poco curtida o conservando el pelo.

Las fuentes literarias, por ejemplo Tito Livio, nos indican que los diferentes pueblos eran reconocibles a distancia por sus insignias y sus armas, lo que implica probablemente que los motivos no eran meramente decorativos, sino que identificaban clanes o pueblos, pero se carece de claves suficientes para hacer una identificación. Otro de los mitos generalizados reza que el escudo oval o scutum era entre iberos o celtíberos tan común como el circular, como si fueran intercambiables. Parece, sin embargo, que la aparición de aquél es tardía, a partir del s. III a.C., y que siempre fue menos frecuente que la caetra, salvo en la zona ibérica catalana -cuyo armamento fue más galo que otra cosa- y quizá también entre los mercenarios de Aníbal.

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